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Entre las sombras brillaba de vez en cuando el fuego de un cigarro, que con su lumbre roja iluminaba un instante los bigotes del fumador. Allá a lo lejos, en la esquina, aun permanecía abierta una tienda de quincalla; mas podía verse la sombra del dueño cruzar con frecuencia por delante de la puerta arreglando ya sus cosas para cerrarla.

El sol próximo á su ocaso entre purpurinas nubes, iluminaba con luz suave los alegres campos y rozaba de soslayo los primeros árboles del bosque, poniendo entre las ramas toques inimitables de oro y rojo. Admiró Roger el bellísimo paisaje, pero sin detenerse, porque según sus informes lo separaba todavía una legua larga del primer mesón donde se proponía pasar la noche.

A ella he confiado mis pesares; en ella he puesto mi cariño; me amó, me ama, y cuando su amor iluminaba mi alma con celestes claridades; cuando de ella recibía mi corazón vigor y fortaleza, se va, y me deja.... Se irá, y en esta casa se acabará toda alegría.... ¡Adiós amorosas platicas! ¡Adiós gratas lecturas!

Delaberge estaba encantado; sin adularse mucho, tenía plena conciencia de poder cumplir el programa de la joven, y una alegre claridad iluminaba su rostro. ¡Muy bien! dijo. Esto en cuanto a lo moral... Pasemos ahora a las cualidades físicas... ¿Desearía usted que el marido ideal fuese muy joven?

La luna iluminaba las ondas deliciosamente, produciendo admirables reflejos en la limpia estela del vapor. Pero la tierra estaba velada por las nieblas de la costa, y no fué posible verla sino en el momento de entrar al siguiente dia en el puerto de Tarragona. Centenares de presidiarios trabajaban allí en terminar el puerto con una gran muralla edificada entre las ondas.

Su débil claridad apenas iluminaba los pies del Santo Cristo próximo, y el blanco cuerpo de un obispo de mármol que, tendido en su mausoleo, parecía como que á ratos abría la boca para bostezar.

Tenía la fiebre de la lectura. Leía acostado doce horas de un tirón, y encontró un modo extravagante de alumbrado: ponía en equilibrio sobre su cabeza una gran palmatoria de cobre, que iluminaba perfectamente las páginas; pero, a veces, se dormía y la palmatoria rodaba por la cama, con grave peligro de incendio.

Francia siguió dando la moda, enseñando la elegancia y siendo escuela y centro de toda cortesía. La más brillante antorcha de la moderna cultura se diría que siguió ardiendo en París y que desde allí iluminaba al mundo y atraía amorosamente a las almas.

Gillespie encontró interesante el hormiguero que rebullía y centelleaba bajo sus pies. Un resplandor de aurora ligeramente sonrosado iluminaba las calles, sin que él pudiese descubrir los focos de donde procedía. Tal vez emanaba de misteriosos aparatos ocultos en los aleros de los edificios. Pero lo que más admiró fué el continuo tránsito de los vehículos automóviles.

Abrió los ojos, sus divinos ojos obscuros, encendidos otra vez con un sano fulgor de alegría, y vió cómo la luna, al través de los vidrios descubiertos, ponía a los pies de su cama una pálida alfombra de luz que iluminaba tímidamente toda la habitación.