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Pero el marino aragonés, que conocía la perfidia de los bizantinos, ataba el honorífico sombrero á una cuerda como si fuese un cubo, sacando agua con él ante los escandalizados embajadores. Un hijo del viejo basileo, llamado Miguel IX, príncipe sombrío y receloso, que gobernaba unido á su padre, preparó el exterminio de estos intrusos, cada vez más insolentes por sus victorias.

Quién no creyera, que este hombre con tantos aparatos, y deseando salud y fuerzas, habia de hallar la quadratura del círculo, ó la duplicacion del cubo?

¡Oh, París! ¡No hay mas que un París! ¿Qué dice usted de esto, Robledo? Pero como Robledo era un salvaje, sonrió con una indiferencia verdaderamente insolente. Comieron sin tener apetito y bebieron el contenido de una botella de champaña sumergida en un cubo plateado, que parecía repetirse en todas las mesas, como si fuese el ídolo de aquel lugar, en cuyo honor se celebraba la fiesta.

Una limpieza minuciosa y paciente retocaba el exterior de la nave desde la línea de flotación a los topes, dejándola como nueva. Por todas partes se encontraban marineros arremangados y despechugados, con un cubo de pintura en una mano y una brocha en la otra. Sosteníanse en peligroso equilibrio sobre mástiles y barandillas.

Esta gozaban los expedicionarios de a pie, en su mayor parte familias felices, que ostentaban satisfechas la librea de la áurea mediocridad, y aun de la sencilla pobreza: el padre, obeso, cano, rubicundo, redingote gris o marrón, al hombro larguísima caña de pescar; la hija, vestido de lana obscura, sombrerillo de negra paja con una sola flor, en la izquierda el cestito de los anzuelos y demás enseres piscatorios, y llevando de la diestra al hermanito, a quien pantalones y chaqueta quedaron ya muy cortos, y que luce la caña de las botinas, y levanta orgulloso el cubo donde flotan los simples peces víctimas del mortífero pasatiempo de su padre.

La escuela estoica, que iluminó el ocaso de la antigüedad como por un anticipado resplandor del cristianismo, nos ha legado una sencilla y conmovedora imagen de la salvación de la libertad interior, aun en medio de los rigores de la servidumbre, en la hermosa figura de Cleanto; de aquel Cleanto que, obligado a emplear la fuerza de sus brazos de atleta en sumergir el cubo de una fuente y mover la piedra de un molino, concedía a la meditación las treguas del quehacer miserable y trazaba, con encallecida mano, sobre las piedras del camino, las máximas oídas de labios de Zenón.

He ahí la torre de Belén, que saludo por quinta vez. ¿Cómo es posible filigranar la piedra a la par del oro y la plata? ¿De dónde sacaban los algarbes el ideal de esa arquitectura esbelta, transparente, impalpable? Hemos perdido el secreto; el espíritu moderno va a la utilidad y la obra maestra es hoy el cubo macizo y pesado de Regent's Street o de la Avenida de la Opera.

Antes de que se vaciase la botella, otra ocupaba instantáneamente su sitio, cual si acabase de crecer del fondo del cubo. La marquesa, que miraba á todos lados con cierta impaciencia, sonrió de pronto haciendo señas á un señor que acababa de entrar. Era Fontenoy, y vino á sentarse á la mesa de ellos, fingiendo sorpresa por el encuentro.

Me despertó repentinamente una sensación de frío; el agua chorreaba de mi cabeza, cara y traje, y frente a divisé al viejo Sarto, con su burlona sonrisa y con un cubo vacío en la mano. Sentado a la mesa, Federico de Tarlein, pálido y desencajado como un muerto. Me puse en pie de un salto, y exclamé encolerizado: ¡Esto pasa de broma, señor mío! ¡Bah! No tenemos tiempo de disputar.

La cocinera se mostró en la puerta de su santuario, limpiando sus manazas en el sucio delantal. ¡Pues el niño, señora! dijo en su jerga endiablada. Ya la india bajaba la escalera, con un cubo en la mano. Naturalmente, ¿quién había de ser sino ella? Siempre que el niño llama, ha de incomodársele. En concluyendo de servirle, a poner la mesa, que ya es tarde, y la salida queda para otro día.