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La luz no hiere con su lumbre pura mis ojos apagados donde ántes su fulgor resplandecía, y á través de una niebla siempre oscura miro la alegre claridad del dia. No hay eco que hasta llegue distinto, ni idea que despierte mi entusiasmo; no hallo placer que excite en el instinto, ni dolor que me saque del marasmo.

Comenzó á bullir la tierra y á levantarse, arrojando fuera una espesa y espantosa niebla que parecía se abrasaba todo el lugar y que allí estaba escondido y oculto un gran volcán de llamas.

Las olas fosforescentes, rompiéndose con indecible furia contra la costa, lanzaban al aire sus espumas y salpicaduras, impregnadas de aquellos microscópicos organismos, y las cuales, mantenidas por el viento en suspenso en el aire durante algún tiempo, tomaban aspecto de niebla luminosa. ¡Qué admirable fosforescencia! dijo Cornelio . ¡No he visto en mi vida cosa más hermosa!

No te diré si tu alma resplandece Como diamante en urna de cristal, Ni si tu seno blando se estremece Como la niebla al soplo matinal. No te diré si el labio que enamora En sus palabras desparrama miel, Ni si al caer, cual perlas del aurora, Hacen brotar las flores del vergel.

Porque en Londres no se roba; en Londres, donde en la calle acometen los malhechores a la mitad de un día de niebla, a los transeúntes. Nos pedía limosna un pobre. ¡En este país no hay más que miseria! exclamaba horripilado. Porque en el extranjero no hay infeliz que no arrastre coche. Íbamos al teatro.

«¡Soy un miserable, soy un miserablegritaba por dentro Quintanar mientras el tren volaba y Vetusta se quedaba allá lejos; tan lejos, que detrás de las lomas y de los árboles desnudos ya sólo se veía la torre de la catedral, como un gallardete negro destacándose en el fondo blanquecino de Corfín, envuelto por la niebla que el sol tibio iluminaba de soslayo.

Algo había en su memoria que le hablaba de una existencia anterior; pero eran recuerdos confusos, vagas remembranzas cortadas por obscuras lagunas de olvido, y envuelto todo en una niebla pálida que amasaba personas y sucesos.

¿Era este paisaje el mismo que habían contemplado los concurrentes al Casino? Ahora flotaban sobre él vaporosos velos de brumas, y aquella tierra normanda color verde de esmeralda pálida, sin horizontes, humedecida por la niebla, parecía salida, como en las primeras edades del mundo, de las ondas y del caos.

Era un mozo alto, de anchas espaldas y vigoroso cuello, con unas barbas rubias que me gustaba tirar cuando me ponía en sus rodillas para meterme en la cabeza el A, B, C, con gran esfuerzo de trozos de regaliz. Creo que siempre fui su buena amiga, aunque él no haya debido quererme más que a los otros discípulos, pues la cara que tenía entonces ha desaparecido en la niebla como todas las demás.

El arreador era el único que tenía una silla en la gañanía: los demás, hombres y mujeres, sentábanse en el suelo. Junto a él estaban en cuclillas Manolo el de Trebujena con varios amigos, metiendo sus cucharas en un tornillo de gazpacho caliente. La niebla fue disipándose ante los ojos de Salvatierra, habituados ya a esta atmósfera asfixiante.