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El príncipe conocía el significado de estas ráfagas de curiosidad: un jugador ganaba ó perdía de un modo extraordinario. Cierto nombre llegando vagamente á sus oídos hizo que su atención se concentrase. La duquesa de Delille... Doscientos mil francos... Todos los que tenían permiso para jugar en los salones privados se precipitaban hacia la gran puerta de cristales que da acceso á ellos.

No obstante, hacía ya mucho tiempo que María no tomaba una novela en las manos. El recuerdo de esa época en que tantas había devorado, produjo leve turbación en su fisonomía e hizo nacer en su tersa frente una arruga ancha y profunda. Las ráfagas de viento cargadas de lluvia batieron durante largo rato los cristales hasta que enteramente los lavaron.

La noche era espléndida; sobre un cielo sereno se extendía el vapor majestuoso de la vía láctea, semejante a una gran veta de ópalo sobre una bóveda de zafiro. La luna, ya en sus últimos días, atravesaba el espacio como una galera antigua; la fresca y tibia brisa del mar llevaba en sus ráfagas unas cuantas nubes blancas. El alma del mundo inundaba el espacio.

Nada consigue distraerle de su ocupación; con su aguda mirada atraviesa el agua profunda; ve relucir como imperceptible reflejo la aleta del pez que pasa, distingue la marcha del pequeño gusanillo sobre el cieno; en ciertos estremecimientos del agua adivina al pez oculto bajo las hierbas acuáticas; interroga á la vez á las olas y los remolinos, las estrías de la corriente y las ráfagas de viento.

Su madre era una mujer violenta, irascible, con ráfagas de ternura, que sólo guardaba para sus hijos legítimos. A ella, por todas las señales, la aborrecía y en ella vengó injustamente el agravio de su padre. ¡Qué terrible infancia la de Clementina!

No olvidará tampoco la salida de la casa solariega, la ascensión por el camino que el día de su llegada le pareció tan triste y lúgubre.... El cielo está nublado; ciernen la claridad del sol pardos crespones cada vez más densos; los pinos, juntando sus copas, susurran de un modo penetrante, prolongado y cariñoso; las ráfagas del aire traen el olor sano de la resina y el aroma de miel de los retamares.

Volvió en breve, y el tren comenzó de nuevo su marcha, que de noche parecía vertiginosa y fatigosa de día. El sol iba ascendiendo a su cenit, y el calor se anunciaba por ráfagas tibias y pesadas, alientos de fuego que encendían la atmósfera.

La lluvia batía aún sobre el techo: violentas ráfagas de viento removían las pavesas con momentáneos destellos; en un momento de sosiego de los elementos, Magdalena levantó de repente la cabeza, y echándose el cabello a la espalda, volviose hacia nuestro grupo y exclamó: ¿Hay alguno entre ustedes que me conozca? Nadie contestó. ¡Piénsenlo otra vez!

Es que éste viene en efecto; la nieve se funde por las ráfagas de aire tibio y se infiltra en el suelo, ó bien, mezclada con el barro, se dirige hacia el arroyo por los vallecillos y regueros; la vegetación, adormecida durante los fríos, despierta lentamente. Todo parece renacer. Un hálito venido del Mediodía ha renovado la vida en la arboleda, en el arroyo y en nosotros mismos.

La borrasca de Alpnach, engendrada por el soplo traidor del Pilatos, subia, subia y subia, con una rapidez prodigiosa, escalando la montaña como una furia y revolcando en el abismo sus remolinos de ráfagas y lluvia con la violencia del mar irritado que sacude su melena sobre inmensos arrecifes.