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La borrasca de Alpnach, engendrada por el soplo traidor del Pilatos, subia, subia y subia, con una rapidez prodigiosa, escalando la montaña como una furia y revolcando en el abismo sus remolinos de ráfagas y lluvia con la violencia del mar irritado que sacude su melena sobre inmensos arrecifes.

Las fuentes guardaban todavía sus barbas de hielo; la tierra se desmenuzaba bajo el pie con un crujido de cristal; las charcas tenían arrugas inmóviles; los árboles, negros y dormidos, conservaban sobre el tronco la camisa de verde metálico con que los había vestido el invierno; las entrañas del suelo respiraban un frío absoluto y feroz, semejante al de los planetas apagados y muertos... Pero ya la primavera se había ceñido su armadura de flores en los palacios del trópico, ensillando el verde corcel que relinchaba con impaciencia: pronto correría los campos, llevando ante su galope en desordenada fuga á los negros trasgos invernales, mientras á su espalda flotaba la suelta melena de oro como una estela de perfumes.

Es esa muchacha que usted habrá visto en el paseo, acompañada siempre de hombres; muy alta, esbelta, con la falda corta, tan ceñida, que no puede dar un paso sin que la tela moldee todo su cuerpo. Lleva el pelo cortado como una melena de paje, lo mismo que las cupletistas... Yo no he conocido hasta ahora pájaros de esta especie.

Dio algunos pasos, volvió sobre ellos, miró la larga fila de ventanas iluminadas y continuó reflexionando: «Apuesto cualquier cosa a que creen que soy, en efecto, un espía. ¡Idiotas! Hay que decirles que yo he sido también estudiante y he llevado melena como ellos. Me corto el pelo ahora, porque empieza a caérseme; pero eso no prueba que yo sea espía.

¡Caramba, señores! ¡atención! Me quedé con la boca abierta... ¡De la raza, señores, de la raza!... Un cuerpo de joven reina... largos cabellos que desarrollan sus anillos sobre los hombros, cabellos de color moreno dorado, como una melena... un cuello blanco, carnudo, voluptuoso... la garganta no muy alta, y un poco ostentosa... eso que llamamos, en términos ecuestres, un pecho de león... Parece que respira con todo el cuerpo, tan poderosamente pasa el aire por ese organismo joven y vigoroso... hombros y brazos elegantes... las caderas poco desarrolladas todavía, pero bien formadas para la dilatación normal.

En varias ocasiones se le vio de levita cerrada, sombrero de copa y almadreñas: gastaba larga melena, como un caballero del siglo diez y siete; vestía amenudo traje de terciopelo o pana con botas de montar; usaba botines cuando ya nadie se acordaba de ellos, y grandes cuellos de camisa vueltos sobre el chaleco, imitando la antigua valona.

Aquí ponía Pedro López cuatro líneas de puntitos suspensivos, y añadía luego: «Nosotros oímos sus palabras, y un rayo de celeste esperanza se deslizó en nuestro pecho». Más puntitos suspensivos. «El villano atentado del gobernador de Madrid ha sido el primer paso dado hacia el Terror... Mas ¡renazca la esperanza! ya ...El león de Castilla Sacude la melena!!!»

El profesor temía las escaleras y las cuestas á causa de su obesidad de sedentario dedicado á los estudios; pero, á pesar de esto, acometía valerosamente cualquiera de las rampas en torno á las patas de la mesa, llegando arriba congestionado y jadeante, con su honorífico gorro en una mano, mientras se limpiaba con la otra el sudor de la frente, echando atrás la húmeda melena.

Su cara grande y redonda, su frente huesuda, su melena rebelde, aunque corta, el fuego de sus ojos, sus gruesas manos, habían sido motivo para que dijeran de él: «es un león negro». En efecto parecía un león, y como el rey de los animales, no dejaba de manifestar a cada momento la estimación en que a mismo se tenía.

Pero, más que estos gloriosos indumentos, rameados de oro, de azul, de rosa; más que sus pipas y su melena, sobre sus discursos y sus libros, yo prefiero las paellas a la valenciana de Barriobero. Porque este terrible revolucionario es un supremo artista en sus paellas, señores míos.