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Nolo halló bueno el pensamiento y abriendo el establo de D. Félix metió y amarró el caballo dentro. Para ir á Canzana no lo necesitaban ya. Sentáronse en el famoso canapé de piedra, delicia de su amo. La lluvia batía con monótono son la gran pomarada que tenían delante y repicaba sobre la parra.

Bajo el arco grandioso de la Estrella, De estéril gloria monumento audaz, Pensaste en los principios fecundantes Que al mundo reveló la libertad, Y en la palabra que batia en brecha Cuatro tablas que alzó la vanidad.

Por primera vez miró Mina con atención al célebre artista de la tragedia silenciosa. Estaba segura de haberle visto en films de los que sólo guardaba un vago recuerdo; pero ahora «El rey de las praderas» ofrecía para ella el encanto de una novedad. Le siguió con palpitaciones de verdadero interés mientras se batía, solo y á puñetazos, con un grupo de bandidos.

Pasaban el tiempo discutiendo acaloradamente, cambiando insultos y buscándose á continuación, como si no pudieran vivir el uno sin el otro. Este no se batía por la libertad de tales ó cuales pueblos. Tenía la vista larga: no era miope y egoísta, como su amigo «el catalán». Daba su sangre por que el mundo entero fuese libre y desapareciesen todas las monarquías.

En tierra, sentado sobre un trozo de carbón, un negro viejo, sobre cuyo rostro en éxtasis caía un rayo de luz, movía la cabeza, como en un deleite indecible, mientras batía, con ambas manos y de una manera vertiginosa, el parche de un tambor que oprimía entre las piernas colocadas horizontalmente. Era un redoble permanente, monótono, idéntico, a cuyo compás se trabajaba.

En tierra, sentado sobre un trozo de carbón, un negro viejo, sobre cuyo rostro en éxtasis caía un rayo de luz, movía la cabeza con un deleite indecible, mientras batía con ambas manos, y de una manera vertiginosa, el parche de un tambor que oprimía entre las piernas, colocadas horizontalmente. Era un redoble permanente, monótono, idéntico, a cuyo compás se trabajaba.

Y fui en busca de las criadas, hice matar seis tiernos pollos y me quedé mirando tranquilamente a esas pobres aves, mientras la sangre brotaba de sus pescuezos abiertos. Daba lástima ver cómo uno de ellos, un gallito, batía las alas mientras la angustia de la muerte le arrancaba gritos y trataba de herir con sus espolones los dedos de la criada.

Imitaba, esforzándose, la majestuosa sonoridad del coro wagneriano; remedaba con murmullos a flor de labio el rumoroso acompañamiento de la orquesta, y Rafael batía el agua con sus remos al compás de la melodía piadosa y entusiasta con que el gran maestro había impetrado el favor de la poesía popular, saludando la aparición de la Reforma. Iban río arriba, luchando contra la corriente.

En fin, que estuve soltando versos a chorro más de una hora. Matildita, en quien encarnaba dichosamente el espíritu amplio y receptivo del Ateneo de Madrid, los encontraba todos deliciosos, insuperables; batía las diminutas manos contra los brazos de la mecedora, y en sus ojillos, medio cerrados siempre, chispeaba un gozo vivo y sincero.

Avanzábamos siempre, las bestias con la cabeza entre las piernas, y nosotros, silenciosos, inclinados sobre la cruz, enceguecidos por el agua que nos batía el rostro como por bandas, y mecidos, más que aturdidos, por el chocar de la lluvia contra los árboles.