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En las butacas á donde parece que temen bajar las señoras tan no se ve á ninguna reina un murmullo de voces, de risas reprimidas, entre nubes de humo... Discuten el mérito de las artistas, hablan de escándalos, si S. E. ha reñido con los frailes, si la presencia del General en semejante espectáculo es una provocacion ó sencillamente una curiosidad; otros no piensan en estas cosas, sino en cautivar las miradas de las señoras adoptando posturas más ó menos interesantes, más ó menos estatuarias, haciendo jugar los anillos de brillantes, sobre todo cuando se creen observados por insistentes gemelos; otros dirigen respetuosos saludos á tal señora ó señorita bajando la cabeza con mucha gravedad, mientras le susurran al vecino: ¡Qué ridícula es! ¡qué cargante!

Mirad las hojas secas corriendo por el suelo. Entre gemidos, por el valle las arrastra el viento. La golondrina roza sus alas por el quieto pantano. El niño de la cabaña, va cogiendo leña entre los brezos. Ya no susurran las olas, que su encanto dieron al bosque. Enmudeció el pajarillo entre las ramas secas. ¡Junto a la aurora, el ocaso! El sol, que apenas despunta, brilla pálido un momento al concluir su carrera. El carnero por las zarzas va dejando su hermoso vellón de lana que servirá de nido al jilguero. La flauta pastoril ha enmudecido; desapareció su eco; cesó también el encanto de amor y de ventura. La hoz cruel ya despojó la tierra de aquel verdor que le prestara vida... Así acaban los años, así van feneciendo los días de nuestra vida.

Tal es la poesía; y el poeta, su inspirado intérprete, y cuando de pié sobre la trípode del genio fatídico repite las palabras misteriosas que susurran en su alma, se asemeja á la síbila de la antigüedad, que solo entonaba el canto profético en medio de dolorosas convulsiones.

Una máquina echa aire en el pozo de una mina, para que no se ahoguen los mineros. Otra aplasta la caña, y echa un chorro de miel. ¡Pues da ganas de llorar, el ver las máquinas desde el balcón! Rugen, susurran, es como la mar: el sol entra a torrentes.

Personas hay admitidas, que un día, de repente, se hallan festejadas por cualquier motivo, por un peinado nuevo, por un caballo que ganó en las carreras, por un escándalo que las gentes susurran bajito y piensan leer en el rostro del feliz mortal. De estos éxitos efímeros Perico Gonzalvo tuvo muchos: su hermana, ninguno, a despecho de reiterados esfuerzos para obtenerlos.

No olvidará tampoco la salida de la casa solariega, la ascensión por el camino que el día de su llegada le pareció tan triste y lúgubre.... El cielo está nublado; ciernen la claridad del sol pardos crespones cada vez más densos; los pinos, juntando sus copas, susurran de un modo penetrante, prolongado y cariñoso; las ráfagas del aire traen el olor sano de la resina y el aroma de miel de los retamares.

Ella aconseja a los rufianes que asesinen a las rameras, después de amarse dolorosamente, en las zahurdas tenebrosas, para que ría el Diablo, padre de las rameras y de los asesinos. La Dama de la Noche entiende las palabras misteriosas que susurran en el fondo de mi alma, sin asomar jamás al labio.