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Todo lo lejos que se remonta en la historia, se ve que los muertos pasaban por seres sagrados. Los antiguos les daban los epítetos más respetuosos que podían encontrar. Los llamaban santos, buenos y bienaventurados, y tenían por ellos, cualquiera que hubiera sido su vida, toda la veneración que el hombre puede tener por la divinidad a quien ama o teme.

»Señora: »La pregunta que usted hace me hiere en lo vivo y me obliga a confesar una situación deplorable, en la que nos hallamos muchos jóvenes de mi edad, sin atrevernos a quejarnos. »Nadie desea casarse más que yo. Desgraciadamente, no tengo fortuna. Siendo reducidos mis recursos, me es tan imposible encontrar una mujer rica, como casarme con una pobre. »Homenajes respetuosos.

Mostrábase orgullosa de que «todo fuese suyo». Estaba satisfecha de su juventud, que ignoraba el adorno de los falsos cabellos, y de su piel sana, que no conocía el arrebol del colorete. Maltrana las saludó a las dos como amigo antiguo. Buenos días, mademoiselle Ernestina. Soy, como siempre, el más ferviente admirador de su hermosa cabellera... Mis respetuosos homenajes, madame Berta.

En las butacas á donde parece que temen bajar las señoras tan no se ve á ninguna reina un murmullo de voces, de risas reprimidas, entre nubes de humo... Discuten el mérito de las artistas, hablan de escándalos, si S. E. ha reñido con los frailes, si la presencia del General en semejante espectáculo es una provocacion ó sencillamente una curiosidad; otros no piensan en estas cosas, sino en cautivar las miradas de las señoras adoptando posturas más ó menos interesantes, más ó menos estatuarias, haciendo jugar los anillos de brillantes, sobre todo cuando se creen observados por insistentes gemelos; otros dirigen respetuosos saludos á tal señora ó señorita bajando la cabeza con mucha gravedad, mientras le susurran al vecino: ¡Qué ridícula es! ¡qué cargante!

Decía Pedro a su amigo que, por mala fortuna, habíase comprometido con su amigo lord S * para dar con él una vuelta en su yacht por el Mediterráneo; pero que, sin embargo, contaba con estar de vuelta en tiempo oportuno para asistir a la ceremonia nupcial, encargándole al propio tiempo que transmitiera sus respetuosos parabienes a la señorita de Sardonne.

El otro era un guapo chico, rubio, sonrosado, de barba rala e incipiente, ojos azules y húmedos, los labios siempre plegados con sonrisa tierna y humilde, los ademanes respetuosos sin ser encogidos. Había nacido en Cuba de una familia opulenta, que después se arruinó en el juego de Bolsa al establecerse en España.

Por lo pronto tuvo esto a raya a la multitud, pero no faltó quien la irritase, y empezó entre los tres caballeros por una parte, y siete u ocho fidalgos que estaban a pie y vinieron a auxiliarlos, y por otra parte la desarrapada muchedumbre, una muy reñida escaramuza, que hubiera terminado en tragedia, si por dicha no hubiesen amortiguado la cólera de todos, parándolos atónitos y respetuosos el resonar de los clarines y el estruendo jubiloso de las aclamaciones que anunciaban la entrada en la plaza del Rey y de su comitiva.

La joven compuso su semblante dándole cierto aire de gravedad, y entró en la cámara de la reina, al mismo tiempo que la condesa abría la puerta de la antecámara y desembocaba por la portería de damas. La condesa de Lemos atravesó en paso lento, recibiendo los respetuosos saludos de ujieres y maestresalas, algunas galerías y habitaciones.

Primero, una logrera irascible que se fué echando chispas, muy quejosa del abogado; después unos indios que entraron tímidos y respetuosos, con el sombrero entre las manos, vestidos de limpio, al hombro el zarape purpúreo. Traían para don Juan un par de pavos. ¡Qué pavos! ¡Que ni de encargo para un mole en los callejones de Barrio Viejo el día de Difuntos! Habló el más listo.

No se le sentía cuando profería suavemente alguna frase galante que conmovía y ruborizaba a las doncellitas o hacía soltar alegres carcajadas a las matronas. Placíanle, sobre todo, los apartes, las conferencias íntimas. A pesar de los años, sus ojos, a la vez desvergonzados y respetuosos, dulces y chispeantes, fascinaban a las damas.