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Entonces éstas vuelven á presentarse violentas, á grandes borbotones, como los hirvientes manantiales que las despiertan. Humaredas, vapores sulfurosos, aire embriagador de la comarca, todo esto aseméjase al aura que hinchaba, turbaba á la Sibila y la forzaba á hablar. Es una erupción de nuestro cuerpo que hace salir afuera lo que más empeño se hubiera tenido en ocultar.

Fué la sibila aquella noche á pasar un rato con su amigo, y mira por donde se repitió la matraca de la Humanidad, pareciéndole á Torquemada el clérigo más enigmático y latero que nunca, sus brazos más largos, su cara más dura y temerosa. Al quedarse sólo, el usurero no se acostó. Puesto que Rufina y Quevedo se quedaban á velar, el también velaría.

Don Eugenio parecía una sibila, que, en nombre de la honradez y la mesura comercial, profetizaba las mayores desgracias. Aquella borrachera de dinero no podía acabar bien. No era legal ni justo ganar ocho o nueve mil duros en un mes, jugando, ni más ni menos que los perdidos que van a los garitos; además, ese lucro resultaba criminal, ya que lo que él ganaba otros lo perdían.

Algunos de éstos, compuestos en su mayor parte para celebrar el nacimiento del Señor, como Los autos de la Sibila, Casandra y el de Los cuatro tiempos, son de una gracia incomparable, natural y sencillo su estilo popular, y penetran hasta el corazón por su unción religiosa y su infantil piedad, aunque en general haya todavía en ellos muy poco, que merezca la calificación de dramático.

Quiero de la brisa el blando murmurio en campos y valles plácido escuchar, y de la sibila el feliz augurio de glorias y triunfos de mi patrio lar. Quiero luz, colores, vida, miel, aroma, pues tengo en mi pecho una eterna sed que mi alma atormenta cual una carcoma y de las tristezas me pone a merced.

Pero no debió usted dejarse emborrachar, joven indicó el diplomático . Juro que si eso hubiera pasado conmigo, de un sablazo descalabro a todos los oficiales de la división de Vedel. Doña María, profundamente indignada, silenciosa, ceñuda, parecía una sibila de Miguel Ángel.

Cuando Virgilio, inspirado por los antiguos versos de la Sibila, por la esperanza general entre todas las gentes de que había de venir un Salvador, y tal vez por alguna noticia que tuvo de los profetas hebreos, vaticinó con más o menos vaguedad, en su famosa égloga IV, la redención del mundo, todavía le pareció que esta redención no había de ser instantánea, por muy milagrosa que fuese, y así es que dijo: suberunt priscae vestigia fraudis: quedarán no pocos restos de las pasadas tunanterías y miserias.

Ante los designios de la Naturaleza, de la Humanidad, del gran Todo, ¿qué puede el hombre? ¡El hombre! esa hormiga, menos aún, esa pulga... todavía mucho menos. Ese coquito... menos aún, ese... ¡puñales! agregó Torquemada con sarcasmo horrible, remedando la voz de la sibila y enarbolando después el puño cerrado.

Hable sin reparos. Tiene usted, divina criatura, el alma clarividente; alma de sibila. Usted lee en mi pecho. ¿Qué necesidad tengo de hablar? Ahórreme el mal rato de tener que decírselo yo. O habla usted, señor Apolonio, o quédese con Dios, que no soy amiga de adivinanzas. Sea. Sus deseos para son un ukase imperial. Apolonio continúa hablando, cohibido y a tropezones.

Basta callar. La Sibila del Oriente. Primero soy yo. El secreto á voces. La desdicha de la voz. El pintor de su deshonra. La cisma de Ingalaterra. Los cabellos de Absalón. Las cadenas del demonio. Las armas de la hermosura. La señora y la criada. Nadie fie sus secretos. Céfalo y Proclis. El castillo de Lindabridis. San Francisco de Borja. Bien vengas, mal, si vienes solo.