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Y decía el ¡jamás! con la energía de un triple Guzman á quien le amenazasen con matarle una pulga si no rendía veinte Tarifas. El P. Irene naturalmente opinaba como don Custodio y execraba las operetas francesas. ¡Pfui! El había estado en Paris, pero ni siquiera pisó la acera de un teatro, ¡Dios le libre! Pero la opereta francesa contaba tambien con numerosos partidarios.

Un día estaba el hombre muy molesto por no poder cazar una pulga que atrozmente le picaba, burlándose de él con audacia insolente, cuando... no es broma... se le aparecieron dos ángeles. «¿Pero ves algo, Almudena? le preguntó Cuarto e kilo. Ver burtos ellos». Explicó que distinguía las masas de obscuridad en medio de la luz: esto por lo tocante a las cosas del mundo de acá.

Gómez mostrábase indignado por la torpeza de uno de los dos tiradores. ¡Hijo de una gran pulga!... ¡Si me llega a dar a ! Le brillaban los ojos de un modo alarmante sólo al pensar que aquella bala perdida hubiese podido tocarle. Llevábase instintivamente una mano a su cintura. El amigo Gómez había asistido al desafío llevando su revólver, por lo que pudiese ocurrir.

El devoto Caragòl era iracundo y malhablado como un profeta cuando consideraba en peligro su fe. «¿Quién era el hijo de pulga que se atrevía á dudar de lo que él había visto?...» Y lo que él había visto era la fiesta de los peixets, que se celebraba todos los años, oyendo á doctísimos varones el relato del milagro en la capilla conmemorativa edificada al borde del barranco.

Cuando come carne... señora. Dice el médico que tiene el cerebro como pasmado, porque durante mucho tiempo estuvo escribiendo cosas de mujeres malas, sin comer nada más que las condenadas judías... La miseria, señora, esta vida de perros. ¡Y si supiera usted qué buen hombre es!... Cuando está tranquilo no hace cosa mala ni dice una mentira... Incapaz de matar una pulga.

Ante los designios de la Naturaleza, de la Humanidad, del gran Todo, ¿qué puede el hombre? ¡El hombre! esa hormiga, menos aún, esa pulga... todavía mucho menos. Ese coquito... menos aún, ese... ¡puñales! agregó Torquemada con sarcasmo horrible, remedando la voz de la sibila y enarbolando después el puño cerrado.

¡El capitán Ferragut perfumado!... ¡El capitán oliendo á... pulga! Y elevaba los brazos, mientras sus ojos cegatos buscaban las botellas de caña y las alcuzas de aceite para hacerlas testigos de su indignación. Los dos hombres estaban acordes al apreciar la causa de sus tristezas.

El padre anduvo enseñándolo por las principales ciudades de Europa, vestido como un príncipe, con su casaquita color de pulga, sus polainas de terciopelo, sus zapatos de hebilla, y el pelo largo y rizado, atado por detrás como las pelucas. El padre no se cuidaba de la salud del pianista pigmeo, que no era buena, sino de sacar de él cuanto dinero podía.

Y al decir esto, levantándose como una pulga del pavimento de la estancia, dando otra cabriola, haciéndole una higa al Sultán, y dando cuatro papirotes a los más graves del cónclave o diván, se deslizó por entre las guardias, repitiendo siempre: A la Sultana nadie la cura, si no es el rey de la locura.

Y caer bajo los ojos de un empleado de policía es lo mismo que caer bajo los de toda la repartición, pues unos a los otros se van enseñando el mal hombre cuya filiación, nombre y costumbres, si no se inscriben en un registro, quedan sin embargo grabadas en la memoria de quienes no lo olvidarán jamás y serán capaces de encontrarlo más tarde, aunque se transforme en pulga.