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En la jornada cuarta llega al fin la deseada noche: Imeneo entra en casa de su amada; sus criados, que guardan la puerta, se dejan dominar del miedo, y huyen en tropel cuando aparece el marqués con sus pajes. El hermano de Febea ve confirmada sus sospechas al tropezar con una capa de los fugitivos, y penetra iracundo en el aposento de su hermana.

El sol relucía iracundo en las alturas con grandes ansias de reducir á cenizas todos los verdores del valle. El viento perezoso no les daba ayuda con leve y fresco soplo siquiera. Los árboles, las hierbas, las plantas y las flores sufrían á pie firme aquel chubasco de rayos con dignidad y resignación.

Y el tío Manolillo se paseaba iracundo, terrible, á lo largo de la estancia, con ese paso igual, sostenido, terrible del león enjaulado. Dorotea tenía una mano apoyada en la mesa, en la otra mano apoyada la barba y la mirada fija, profundamente fija, en la pera que tenía el lazo rojo y negro. Hubo un momento en que se estremeció de pies á cabeza y cerró los ojos.

¡Ay, Plutón! exclamó Flora soltando una estrepitosa carcajada ¡Ay, Plutón! ¡qué gracia!... ¡Toma, Plutón!... ¡aquí, Plutón! Y se retorcía de risa, dándose en las rodillas con las palmas de las manos. ¡De qué te ríes , bestia! profirió el designado por aquel nombre mirándola iracundo. Flora no hizo caso alguno de su cólera y siguió riendo á boca llena.

El prelado la amenaza iracundo devolverla á la nada, de donde la había sacado, resolviendo ella resistir con todo su poder y toda su astucia femenil á las intrigas de sus enemigos. Enrique con Ana. Enseña á su querida mujer una carta para la divorciada Catalina, llena de vanos consuelos; Ana se aflige al leerla, con el secreto propósito de envenenarla.

Ben-Tovit se detenía entonces un instante para escucharlos; pero ponía luego cara de pocos amigos, hería iracundo el suelo con el pie y echaba a los niños; aunque era un hombre de buen corazón y aunque amaba a sus hijos, se enojaba con ellos, lleno de fastidio, al oír aquellas naderías.

Deseaba contemplar de cerca a sus enemigos, aplastarlos con su triunfo, gozarse en su aspecto de confusa sumisión. Y conforme se aproximaba la solemnidad religiosa, temblaban muchos canónigos, pensando en la mirada dura y soberbia que clavaría en ellos el iracundo prelado. Gabriel prestaba escasa atención a las preocupaciones del mundo clerical. Llevaba una vida extraña.

Era Pedro Carvallo, el hombre de más violento carácter y más iracundo que hubo en Portugal en aquellas edades. Terrible era además su encono contra Morsamor, primero por natural antipatía, y después por su rivalidad en amores con doña Sol, de quien Morsamor, en cierto modo había sido harto más favorecido.

El pobre padre, al ver el horrible espectáculo que presentaba el cadáver de su hija, abrasada por las llamas, se detuvo horrorizado ante él, quiso hablar, pero no pudo, fue a lanzarse iracundo sobre el amante, que en actitud vacilante no sabía qué partido tomar, pero apenas dio dos pasos cayó al suelo, fulminado por una parálisis repentina, la lengua trabada, el rostro descompuesto, el cuerpo laxo y sin fuerzas.

Se hallaba tan embebida en las profundidades de alguna combinación referente al ramo de jardinería, que se dejaba tostar sin piedad por un magnífico sol iracundo y soberbio, como pocas veces solía estarlo. Desde la última vez que la vimos había experimentado en su figura algún leve cambio, no muy fácil de definir. Acababa de cumplir los catorce años.