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Hablaban, no había duda, en italiano, para que así los transeúntes no pudieran entender su conversación. Noté que sus ropas eran de corte marcadamente extranjero y que sus zapatos eran bajos, aun cuando les había quitado las brillantes hebillas de acero.

Entonces cerró los ojos con un ligero espanto, a tiempo que la envolvía la sensación de una dicha excesiva. Ardiéndole el rubor en las mejillas, fue a sentarse en un sillón, de espaldas al lecho. Julio se arrodilló y comenzó a sacarle, delicadamente, los zapatos blancos.

Esta es dijo con acento de satisfacción al llegar a un pasaje estrecho . Ahora tenemos que tomar de nuevo a la izquierda y después seguir derecho durante un corto trecho, subiendo la calle de los Zapatos; entonces estaremos en la entrada del Patio, junto a la ventana saliente. En ese sitio hay un arroyo en la calle para permitir que corra el agua. ¡Ah! ¡me parece que veo todo eso!

Con su historiada corbata, sus guantes impecables, sus zapatos de baile, el sombrero debajo del brazo izquierdo, y el contrato en la mano derecha, fue a presentar sus respetos a la marquesa, atravesó con modestia el círculo formado por los que la rodeaban, inclinose ante ella, y le dijo: Cheñora marquecha, aquí teneich el contrato de boda de vuechtra cheñorita hija.

Con estos planos y pormenores a la vista, encargué a Neluco lo que debía adquirirse por allá para lo fundamental de las obras; adquirí yo en Madrid lo puramente accesorio y decorativo que me faltaba, y a la Montaña con ello enseguida. Vamos, que andaba yo con estas cosas como niño con zapatos nuevos.

Hullin se había aproximado, muy alegre por aquel incidente, y el cartero Brainstein, con sus recios zapatos humedecidos por la nieve, las manos apoyadas en un garrote y los hombros caídos, permanecía en la puerta con aire de cansancio. La anciana se puso las gafas, abrió la carta con cierto recogimiento, ante las miradas impacientes de Juan Claudio y Luisa, y leyó en alta voz: *

Las miradas de las jóvenes le daban razón; se posaban con simpatía en su elegante persona, admirando su irreprochable traje de verano, desde la corbata de batista clara hasta el barniz de sus zapatos amarillos donde se reflejaba el cielo.

La carretera estaba atestada de carromatos, carretas y ómnibus, que conducían al valle de Baztán para las tropas fardos de zapatos, sacos de pan, cajones de galleta de Burdeos, esparto para las camas, barriles de vino y de aguardiente. El camino estaba intransitable y lleno de barro.

Bailaba al son de sus instrumentos, obstruyendo el camino, y se negaba á obedecer á la fuerza pública cuando ésta pretendía alejarla del Hombre-Montaña. Todos querían tocarle después de haberle visto. Se subían sobre sus zapatos, se metían en el doblez final de sus pantalones.

El envoltorio contenía una sotana de chamalote de seda, un manteo de paño de Segovia, un par de zapatos con hebilla dorada, un alzacuello de crin y un sombrero de piel de vicuña.