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Uno de ellos era saludado con un rugido de entusiasmo al presentarse sin otro traje que una «combinación» interior de la señorita Chichí... Muchos gozaban un placer maligno al depositar los residuos digestivos sobre las alfombras ó en los cajones de los muebles, empleando para limpiarse los lienzos finos que encontraban á mano. El dueño la hizo callar. ¿Para qué enterarle de todo esto?...

Luego se aproximó con aire misterioso para hacerle una nueva revelación. Había visto á un jefe forzar los cajones donde guardaba la señora la ropa blanca, y cómo formaba un paquete con las prendas más finas y gran cantidad de blondas. Ese es, señor dijo de pronto, señalando á un alemán que escribía en el jardín, recibiendo sobre la mesa un rayo oblicuo de sol que se filtraba entre las ramas.

Y mientras tocaba la música arriba y bailaba la gente, nosotros metiendo a los muertos en cajones, echándolos al mar y conservando a las familias en los sollados para que no escandalizaran con sus gritos. Cuando llegamos al término del viaje, la mayor parte de los pasajeros de primera ignoraban lo ocurrido, y protestaron al ver que los sometían a cuarentena.

Sentados en bancos y en pequeños taburetes de madera, entre maletas, cajones, cestos y tampipis, á dos pasos de la máquina, al calor de las calderas, entre vaho humano y olor pestilente de aceite, se veía la inmensa mayoría de los pasageros.

Sabía a dónde había dirigido su vuelo aquella mujer peligrosa, y lo decía a todos. Volvía a Italia. El mismo había facturado para la frontera todo el equipaje grueso, mundos enormes como casas, cajones donde podía ocultarse cómodamente él con sus pelados mancebos. Y las mujeres, oyéndole, celebraban aquella huida como si las librase de un gran peligro. ¡Vaya bendita de Dios!

Y se fué á su mesa, abrió los cajones y los revolvió inútilmente. La carta no parecía. ¡Oh! exclamó recordando ; ¡la quemé!... pero... yo la recordaré entera... la recordaré porque quiero recordarla... la memoria obedece á la voluntad. Y con toda su voluntad, con todo su deseo, el padre Aliaga procuró recordar el contenido de la carta de la reina.

La llave de la librería andaba desde entonces por los cajones de la mesa, revuelta con impresos y cartas viejas, sin que nadie se acordase de ella. El espada no sentía la necesidad de leer.

El joven profesor era el único que no estaba ebrio, pero se mantenía erguido, inabordable, con la ferocidad de la disciplina. Lo introdujo en una pieza abovedada sin otro respiradero que un ventanuco á ras del suelo. Muchas botellas rotas y dos cajones con alguna paja era todo lo que había en la cueva.

Parecían fabricados para gigantes, con innumerables y profundos cajones, cuyas caras exteriores tenían esmaltes policromos representando escenas mitológicas. Eran cuatro piezas magníficas de museo: un recuerdo de la antigua magnificencia de la casa. Tampoco eran suyos. Habían corrido la misma suerte que los tapices, y allí estaban esperando un comprador.

A estas horas estarán asándose los señoritos en la acera del Caballista. Las veladas transcurrían en una paz patriarcal. El señorito ofrecía la guitarra al capataz. ¡Venga de ahí! ¡A ver esas manitas de oro! gritaba. Y el Chivo, obedeciendo sus órdenes, iba a buscar en los cajones del carruaje unas cuantas botellas del mejor vino de la casa Dupont. ¡Juerga completa!