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En un pueblo de la Alcarria tenían los hermanos Rubín una tía materna, viuda, sin hijos y rica; mas como estaba vendiendo vidas, la herencia de esta señora no era más que una esperanza remota. No había más remedio que trabajar, y Juan Pablo empezó a buscarse la vida. Odiaba de tal modo las tiendas de tiradores de oro, que cuando pasaba por alguna, parecía que le entraba la jaqueca.

¡Pronto!; tomad las armas y embosquémonos entre estos palúdicos dijo a sus compañeros . Guardaos sobre todo de las flechas, porque hombre herido es hombre muerto. Las municiones abundan y todos somos buenos tiradores dijo el piloto . No se atreverán a entrar en el río. Además observó Cornelio , hay tan poco fondo, que les será imposible pasar a esas embarcaciones.

Don Rudesindo, Alvaro Peña, Sinforoso, Pablito, el impresor Folgueras y algunos otros, tomaban lección al mismo tiempo. En la sala, las impresiones bélicas subyugaban de tal modo a los tiradores, que guardaban solemne silencio. No se oía más que la voz áspera de M. Lemaire repitiendo sin cesar y de un modo distraído: En garde vivement Contre de quarte. Ripostez... ¡Ah bien! En garde vivement.

El oficial que los mandaba se llamaba don José Campon, capitan del primer escuadron de Tiradores de la Libertad que era la Escolta del Presidente General en Gefe.

Los tiradores del cajón son de cristal límpido; un gran tablero de madera se extiende a ras del suelo, entre las bases de las columnas y los pies de la mesa.

contar en la tarde de aquel mismo día a un soldado de los tiradores de Utrera, presente en aquel lance, que los franceses, en su mayor parte militares viejos, cargaron a la bayoneta con furia sublime, que producía en los nuestros, además del desastre físico, una gran inferioridad moral.

Los tiradores negros del centro de África enseñaban sus dientes de marfileña sonrisa á los gigantes bronceados, con grueso turbante blanco, procedentes de la India. El cazador de las llanuras glaciales del Canadá fraternizaba con los voluntarios de Australia y Nueva Zelandia. El cataclismo de la guerra mundial había arrastrado los hombres de los antípodas hasta este rincón dormido de la Grecia.

Centenares de ojos estaban fijos en el mar, espiando las ondulaciones de su superficie, creyendo ver el remate de un periscopio en todos los objetos, maderas, hierbas ó botes de lata que pasaban á flor de agua. Los oficiales del batallón de tiradores habían ido á la proa y la popa para mantener la disciplina de su gente.

Los dos tiros sonaron casi simultáneamente sin hacer blanco. Tristán no pudo reprimir un imperceptible gesto de sorpresa. Ya contaba con que las pistolas no estarían montadas al pelo, pero no sospechó que estuvieran tan duras, y dio gatillazo como dicen los tiradores. Se cargaron nuevamente, tomó cada uno la suya y el mismo testigo gritó: ¡Avanzar!

Seguían pasando en dirección opuesta los trenes militares. En la estación de Burdeos, la muchedumbre civil, pugnando por salir ó por asaltar nuevos vagones, se confundía con las tropas. Sonaban incesantemente las trompetas para reunir á los soldados. Muchos eran hombres de color, tiradores indígenas con amplios calzones grises y un gorro rojo sobre el rostro negro ó bronceado.