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Lo que en nosotros era admiración, en los indios era un terror visiblemente marcado en sus bronceados semblantes y en la estupefacción de sus miradas. Las escalas se encontraban fuera del bote, pero ninguno de los indios se atrevía á fijarlas en la roca. Vamos, muchachos dijimos por último, colocar las escalas y no tengáis miedo alguno.

Los gitanos, secos, bronceados, de zancas largas y arqueadas, zamarra con remiendos y gorra de pelo, bajo la cual brillaban sus ojos con resplandor de fiebre, hablaban sin cesar, echando su aliento á la cara del comprador como si quisieran hipnotizarle. Pero fíjese usted bien en la jaca. Repare en sus líneas... ¡si parece una señorita!

Hase dicho que la falta de luz solar excluía la vida, y no obstante, en lo más profundo del mar viven innumerables enjambres de estrellas marinas. Las olas están pobladas de infusorios y de gusanos microscópicos é infinidad de moluscos arrastran sobre ellas sus conchas. Cangrejos bronceados, radiantes anémonas, nevadas porcelanas, dorados ciclóstomos, onduladas volutas, todo vive y se mueve.

Era la vida de tribu: los machos descansando, por el privilegio de su fuerza, esperando el sustento de las hembras que iban al bosque, o sea a la inmediata población. Maltrana, a los pocos días de estancia en las Cambroneras, conocía los nombres de todos los respetables tunos del hampa gitanesca, bronceados y ágiles, con el rostro roído por las viruelas.

Eran combatientes de profesión, soldados que en tiempos de paz vivían peleando en las colonias, perfiles enérgicos, rostros bronceados, ojos de presa.

El abad contempló desde su asiento en el estrado las dos hileras de monjes, cuyos rostros plácidos, rollizos y bronceados por el sol, con raras excepciones, y cuya expresión satisfecha, daban clara muestra de la vida tranquila y feliz que allí llevaban. Fray Diego fijó después su penetrante mirada en el joven religioso sentado frente á él y dijo: Sois el acusador, hermano Ambrosio.

Estos, curtidos y bronceados, pasan, al estado de metal: rico color que de ningún modo es un accidente de la epidermis, sino una inhibición profunda de sol y de vida.

Una tropa de niños con fusiles de latón daba la vuelta al buque, golpeando el húmedo entarimado con marciales patadas. Eran rubios, morenos o bronceados, mostrando en la variedad de sus tipos la amalgama étnica del continente americano, en el que sus padres les habían hecho nacer.

Allí, la cruz que se alza entre la revuelta maleza que crece en el misterioso mundo de los muertos, recuerda la memoria de pasadas generaciones; las sombrías rejas del presidio, señalan en sus dobles hierros, la satisfacción que da á la tranquilidad individual, la pública vindicta; la campana que á la oración de la tarde, pesadamente dobla sus bronceados ecos, indica en la religión, el más allá que enseña el santo suelo sobre el que se eleva el pardusco torreón, á cuyos cimientos se aquilata la pequeñez de la vida, en la amarga verdad de una tumba que carcome el tiempo, y una cruz que pudren las aguas, únicos y miserables girones de los recuerdos, que cual el sér que cubrieron, bien pronto pasarán al polvo y al olvido.

Unos eran opacos é incoloros, otros bronceados y negros; los más se revestían con tintas soberbias, cuyo esplendor desesperaba á los pinceles humanos, incapaces de imitarlas. Un rojo magnífico era la base de esta coloración, descendiendo gradualmente al rosa pálido, al violeta, al ámbar, hasta perderse en el lácteo iris de las perlas y la policromía temblona y vagorosa del nácar de los moluscos.