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Don Diego repuso Ramiro con el rostro demudado es gran caballero y no pudo ser jamás aleve ni traidor como dice vuesa merced. Pues yo repito replicó de mala manera el lectoral, mostrando los dientes y golpeando dos veces en la mesa con el puño que don Diego es traidor y cobarde. ¡Y yo digo que miente vuesa merced! gritó Ramiro, ebrio de cólera.

Caminaba lentamente golpeando el suelo con el bastón. A pesar de aquel aspecto de miseria, llevaba ambos brazos ornados de brazaletes de alquimia, y un doble collar de cuentas, que imitaban la turquesa, caía sobre su pecho. Al llegar junto a Ramiro, mirole fijamente, apoyando ambas manos en el báculo. El mancebo sacó una moneda para ofrecérsela.

¿Conocía don Jaime al Cantó, un atlot malucho del pecho, que no trabajaba y pasaba los días tendido a la sombra de los árboles, golpeando el tamboril y mascullando versos?... Era un blanco cordero, una gallina, con ojos y piel de mujer, incapaz de hacer frente a nadie. También éste pretendía a Margalida; pero el Capellanet juraba meterle el tamboril por el cogote antes que aceptarlo como cuñado...

El estrépito de los coches y su número desusado sorprendían á los transeuntes, que se detenían, y al enterarse de que era boda gritaban riendo: ¡Vivan los novios! Y los de la comitiva respondían con vivas aún más sonoros, golpeando al mismo tiempo con los bastones hasta romperlos.

La calle estaba gris y solitaria; pero un instante después, viniendo del lado de Mediodía, aparecieron dos lacayos, con la librea amarilla y azul de los Blázquez, en seguida un alto escudero con traje de grana y botas de camino, y, por último, en silla de manos, Beatriz. Doña Alvarez, la dueña, caminaba detrás, golpeando las losas con el báculo.

Siguió el órgano lanzando su formidable trompeteo, el incienso ocultando los altares, y continuó la monedita de oro golpeando la bandeja de plata. Hecho aquel justo estrago, la figura blanca desprendida del vidrio perdió su forma corporal al trasponer la puerta, y trocada en resplandor luminoso, se hizo ingrávida, se alzó de tierra y se borró en el aire.

Pero lo más singular de aquel singularísimo hombre era su vestido, a la manera de los de Carnaval, consistente en pantalones a la turquesca, atacados a la rodilla, jubón amarillo y capa corta encarnada o herreruelo, calzas negras, sombrero de plumas como el de los alguaciles de la plaza de toros y en el cinto un tremendo chafarote, que iba golpeando en el suelo, y hacía con el ruido de las pisadas un compás triple, cual si el personaje anduviese con tres pies.

Por cierto que el inusitado acento llamó mucho la atención de los religiosos, ingleses de pura raza en su mayoría. Pero el abad sólo se fijó en la tranquilidad y la indiferencia que la respuesta del novicio revelaba y la indignación coloreó su rostro enjuto. ¡Hablad! ordenó golpeando con el puño el brazo del sitial.

Tres de aquellos miserables siguieron golpeando al caído para rematarlo, mientras el otro avanzaba hacia Mina con cierta indecisión, al ver que no intentaba huir. Miss Craven, á pesar de sus fantasías, había conservado mucho del espíritu práctico de su padre, y sabía todo lo que una persona previsora no debe olvidar en sus viajes.

Oh, no! es mío. Broma?... , es broma! ¡es broma, ! ¡Cómo te duele pensar que podría ser mío... Mañana te lo doy. Hoy voy al teatro con él. Kassim se demudó. Haces mal... podrían verte. Perderían toda confianza en . ¡Oh! cerró ella con rabioso fastidio, golpeando violentamente la puerta. Vuelta del teatro, colocó la joya sobre el velador. Kassim se levantó y la guardó en su taller bajo llave.