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Surgen de todas partes los héroes por encanto, en sacro amor ardiendo, radiantes de virtud; hasta morir no cejan, y espiran. Entre tanto que fervientes pronuncian, patria, tu nombre santo; su último aliento exhalan deseándote salud.

No podía dudarse que la próxima llegada del esperado huésped despertaba en aquellos femeniles corazones grata emoción, y hasta se corría a las ventanas para espiar su venida: en fin, cuando Pedro de Pierrepont aparecía con su aire de príncipe, haciendo caracolear su caballo en torno del césped del jardín, las señoras acudían radiantes al patio, mientras que la señorita de Sardonne, observando las cosas a través del follaje, sentía que su joven corazón se agitaba en su pecho con palpitaciones a su edad proporcionadas.

Lo mismo que nuestros antepasados de los tiempos de la leyenda, antecesores nuestros más próximos que vivían en la Edad Media, no podían contemplar la montaña sin que su imaginación hiciera, vivir seres superiores en los valles misteriosos y en las cimas radiantes.

Al decir esto, la señorita Guichard señalaba á los recién casados que estaban de pie cerca de la ventana del jardín, muy cerca el uno del otro, sonrientes y radiantes, formando un precioso grupo. La joven se había quitado el velo y la corona y con el traje blanco cubierto de flores de azahar, rubia y sonrosada y los ojos animados por la alegría, era la imagen viva de la felicidad.

Encima de una loma Se ven á las muchachas Haciendo con donaire Pañuelos agitar; Y en tanto en la llanura En círculo formados, Se ven de los ginetes Los ponchos ondear. Sus ojos resplandecen Radiantes de alegria, Que templa con sus sombras, Del rostro la altivez, Con juegos herculáneos Festejaran el dia, Que el pueblo hasta jugando Respira robustez.

Esta noche estarán radiantes, serán las reinas del baile, el señor Montifiori hará brillar su legación vacante. ¡Montifiori!... ¿Qué clase de hombre es Montifiori?... Te lo diré después... vamos, átate la corbata pronto. ¿Va bien así? Muy grande el moño, ¿no?... No; está bien, las mujeres no se fijan en eso; el pescuezo de los hombres les es indiferente. Bueno, ponte el frac; ¡excelente!

En esto, Morsamor, así como Tiburcio que, vencedor de la caballería, estaba ya a su lado, vieron en el extremo del palacio, hacia donde estaba el harén y en una gran ventana que acababa de abrirse, una extraña figura que los llenó de pasmo. Nunca mujer más bella, elegante y majestuosa, había concebido Morsamor en su fantasía de poeta, ni había aparecido en sus más radiantes y amorosos ensueños.

Salí al campo cantando una mañana, y vi sobre su alfombra una siembra de gotas cristalinas, de polícromas gotas. ¿Quién había llorado aquella noche? ¿Fueron, quizá, las sombras? ¿Fueron, quizá, los astros? ¿Fuera, quizá, la luna soñadora...? No , no quién fuera, pero lágrimas eran tales gotas; lágrimas transparentes y de luces radiantes como auroras...! Dicen que tienen alma las estrellas; mas, ¿por qué lloran?

De cada pequeña piedra y de cada raíz descubierta, parten una serie de agujas de cristal que, ordenándose unas tras otras, avanzan por la superficie del agua formando láminas radiantes á derecha ó izquierda y una capa de hielo formada por innumerables láminas, se teje lentamente sobre la superficie líquida.

Y de aquí, por último, que en Whittier y en Manzoni admiremos la profunda fe cristiana, la caridad viva y la consoladora esperanza con que ensalzan al ser divino, y su santa religión, que es el Lábaro, en pos del cual piensan que han de elevarse á las más radiantes esferas de bienaventuranza para los hombres, cumpliéndose así los inexcrutables designios del Altísimo y su divina voluntad, en la tierra y en el cielo.