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Puestos estaban en la baxa parte, Y en la cima del monte, frente á frente Los campos de quien tiembla el mismo Marte: Quando una, al parecer discreta gente, Del catolico vando al enemigo Se pasó, como en numero de veinte. Yo con los ojos su carrera sigo, Y viendo el paradero de su intento, Con voz turbada al sacro Apolo digo: Qué prodigio es aqueste? qué portento?

¡Que me aspen si toco ni canto más! decía malhumorado el músico, enfundando su arpa. ¿Pues qué esperaba vuesa merced, un himno sacro ó la letanía? ¿Desde cuándo asustan á los pajecillos las trovas que entonan todos los juglares del reino? Lo dicho, no canto más. haréis, repuso uno de sus oyentes. Á ver, tía Rojana, un jarro de lo bueno para maese Lucas. Yo convido.

De DON ANTONIO DE PAREDES trato, A quien dieron las musas sus amigas En tierna edad anciano ingenio y trato. Este que por llevarle te fatigas, Es DON ANTONIO DE MENDOZA, y veo Quanto en llevarle al sacro Apolo obligas.

Pues debe con el vino rociarse El sacro fuego, dad aca ese vino, Y el incienso tambien que ha de quemarse. Rocian el fuego, y á la redonda con el vino, y luego ponen el incienso en el fuego, y dice el Al bien del triste pueblo Numantino Endereza, ó gran Jupiter, la fuerza Propicia, del contrario amargo signo.

Y si el tiempo con el laurel corona nuestros esfuerzos, y mi patria amada surge cual reina de la ardiente zona, blanca perla del fango, redimida, entonces vuelve y con vigor entona el himno sacro de la nueva vida, que nosotros el coro cantaremos aún cuando en el sepulcro descansemos.

Nos el Dr. D. Cristóbal Damasio, canónigo de la insigne Iglesia colegial del Sacro Monte Ilipulitano Valparaiso, extramuros de la ciudad de Granada, inquisidor ordinario y Vicario de esta villa de Madrid y su partido, etc.

A 3 de Noviembre de 1619 recibiólos el Pontífice en Consistorio público del Sacro Colegio de los Cardenales, con suma benignidad y agrado y de la misma manera los despidió, con respuestas y presentes de reliquias, pinturas y otras cosas sagradas

De estas armas resulta que el hombre que fué allí á abreviar voluntariamente su vida y á anticipar su muerte, acababa de ser en el mundo : «Emperador de los romanos, Rey de Alemania, de Castilla, de León, de Aragón, de las dos Sicilias, de Jerusalén, de Hungría, de Dalmacia, de Navarra, de Granada, de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Sevilla, de Mallorca, de Cerdeña, de Córdoba, de Córcega, de Murcia, de Jaén, de los Algarbes, de Algeciras, de Gibraltar, de las islas de Canaria, de las Indias, Islas y Tierra Firme del mar Océano; Archiduque de Austria, Duque de Borgoña, de Brabante, de Loteringia, de Corincia, de Carmola, de Luzaburque, de Luzemburque, de Gueldres, de Athenas y Neopatria; Conde de Brisna, de Flandes, del Tirol, de Abspurque, de Artoes y de Borgoña; Palatino de Nao, de Holanda, de Zelanda, de Ferut, de Fribuque, de Amuque, de Rosellón, de Aufania; Lantzgrave de Alsacia; Marqués de Borgoña y del Sacro Romano Imperio, de Oristán y de Gociano; Príncipe de Cataluña y de Suevia; Señor de Frisa, y de la Marca, y de Labomo, de Puerta; Señor de Vizcaya, de Molina, de Salinas, de Tripol, etc

Fuera de la Iglesia no existía otro porvenir que ser aventurero en aquella América que de nada servía a la nación, pues la convertían en una caja de caudales del rey, o ser soldado de oficio en Europa, batiéndose por la reconstitución del Sacro Imperio Germánico, por la supeditación del Papa al Emperador y por la extinción de la Reforma religiosa, empresas que en nada interesaban a España, y eran, sin embargo, sangrías sueltas por las que se escapaba su vida.

Invención diabólica que perdió a muchas, pues con ello les cerraban la puerta al remedio que podría darles aquel Sacro Santo y Secretísimo Tribunal del Sacramento de la Penitencia, que por medio de la doctrina, discreción y prudencia de quien le regenta, que es su Ministro, tiene para todos medicina y salud.