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Los misioneros y los exploradores solían tocarles el acordeón a los antropófagos africanos, a fin de ver si eran civilizables; pero utilizar el mismo procedimiento para contrastar la bondad alemana, francamente, me parece algo ofensivo. Los alemanes son tiernos, son dulces, son musicales y lloran en el cinematógrafo.

La alegre algazara del salón llegaba a sus oídos, y poco a poco fuese levantado su pechito, hinchóse su garganta y rompió a llorar amargamente, en silencio, sin sollozos, sin suspiros, como lloran los que tienen en el corazón el manantial de sus lágrimas.

¡Mezquita para siempre célebre! ¡mezquita levantada y frecuentada por emires y califas! ¡mezquita por cuya pérdida lloran aun bajo su cielo oriental los que creen en Alá y en su Profeta! ¡mezquita á que han venido á inspirarse ya tantos poetas y á estudiar tantos artistas! ¡Salud!

Por eso el dramaturgo es incapaz de amar verdaderamente. Hay una paradoja del dramaturgo; es la misma que Diderot llamó paradoja del comediante. La emoción no se comunica, sino que se provoca. Para provocar una emoción hay que mantenerse frío. Hacen llorar los actores que saben fingir el llanto. Los que lloran de veras, hacen reír. Lo mismo con el dramaturgo.

Lloran continuamente los Misioneros y se desconsuelan mucho viendo que después de haberse empleado todo el día en provecho de los neófitos, sin tener el menor descanso, después, entrada la noche, apenas pueden recogerse á solas con Dios un rato.

»Yo creo que los hombres no la oyen, Pepita; pero las oigo yo. Y cada vez que por la mañana o por la noche ellas ríen o lloran, vienen a mi espíritu recuerdos de otros días, un poco más felices que estos en que me veo tan solo. »Adiós. Esa sorpresa de que me hablas, ¿qué es? Claro está que si me lo dijeras, ya no sería sorpresa. No me lo digas. Y ya te contaré yo la impresión que me produzca.

No encontré vestigios de bienestar sino en la ciudad de Málaga, que hoy animan á la vez la industria y el comercio; y aun alli ¡qué de funestas rivalidades! ¡qué de almas que lloran en secreto las calamidades que las afligen! ¡qué de crímenes cometidos á la sombra de la noche!

» ¡Salud a ti, Sigfrido, lumbrera victoriosa! ¡Salud, vida triunfante! »Ellos no lloran, Teri, y se muestran grandes y serenos en su despedida, no porque son hijos de dioses, sino porque tienen una confianza de niños, una fe ingenua y sana en la eternidad de su amor.

Una bella parece despedirse de un hombre de unos cuarenta años: el militar fija el lente: ella es la que parte; hay lágrimas, , pero ¿cuándo no lloran las mujeres? las lágrimas por solas no quieren decir nada; luego hay cierta diferencia entre éstas y las de la niña: una sonrisa de satisfacción se dibuja en los labios del militar.

Llamo causa de Dios a la que en estos momentos representa el rey legítimo y católico en torno del cual se agrupan todos los que se escandalizan de ver perseguida la religión y vejados sus ministros, los que lloran al leer las infames blasfemias proferidas en el Congreso y repetidas diariamente por los periódicos, los que no quieren ver entronizada la impiedad en España, la tierra católica por excelencia, favorecida siempre por Dios con una sola fe y un solo culto.