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En fuerza de importunar a los amigos que tenía en los periódicos de Madrid, había podido conseguir un billete de favor, un pasaje de primera clase pagando lo que pagaban los de tercera. En justicia yo debía ir abajo comiendo rancho con ese rebaño de judíos y cristianos, rusos, alemanes, turcos, españoles y... ¡demonios coronados!, pues aquí vienen gentes de todos los países.

Los alemanes iniciaron las hostilidades á estilo antiguo, como si no hubiesen observado nada después de 1870: una guerra de movimientos envolventes, de batallas á campo raso, lo mismo que podía discurrirla Moltke imitando á Napoleón.

El que cae en manos de los boches sabe que es hombre muerto: nos colocan fuera de toda ley... ¡Y nosotros... nosotros, siempre que podemos...! Hasta cuando nos insultamos de trinchera á trinchera nos enorgullece ser de la Legión. Una noche, los de enfrente, al oirnos hablar en español, empezaron á gritar en nuestro idioma. Debían ser alemanes procedentes de la América del Sur. «¡Ah, macabros!

Pero este huracán de fraternidad había sido demasiado impetuoso para mantenerse en los límites de un continente, y pasando los mares se difundía por Europa entera. Al final, ingleses, alemanes, franceses y belgas entraban en la gran alianza. ¡Viva la confederación universal!

Estas dos naciones trabajan hace mucho tiempo por mejorar la condicion social por medio de la mejora parcial de los individuos, á la inversa de los alemanes, que pretenden regenerar á la humanidad entera por medio de esos ensalmos universales, que se llaman sistemas filosóficos; y á la inversa tambien de los franceses, que hace sesenta años se agitan en el círculo vicioso de las revoluciones, buscando instituciones adecuadas al hombre, antes de haber formado los instintos del hombre, ó lo que es lo mismo, el hombre adecuado á las instituciones.

Y luego, volviéndose, exclamó: Juan Claudio, abajo nos espera un jamón y algunas botellas de vino añejo, que no se beberán los alemanes. No, Catalina, no se las beberán. Vámonos; aquí estoy.

Sobre el peñón del Falkenstein, en la cumbre de la montaña, se levanta una torre redonda, socavada por su base. Esta torre, cubierta de zarzas, espinos silvestres y mirtos, es tan antigua como la sierra; ni los franceses, ni los alemanes, ni los suecos la han destruido. La piedra y el cemento se han adherido con tal solidez, que no se puede arrancar el más pequeño fragmento de ella.

No lejos de Petrópolis había comprado extensísimos terrenos y había formado en ellos una magnífica fazenda de diversos plantíos y sembrados, donde empleaba para la dirección y los más delicados trabajos a bastantes colonos alemanes y para las faenas más rudas multitud de esclavos negros.

Luego sonrió levemente, moviendo los hombros lo mismo que si hubiese escuchado algo absurdo... ¿Acaso los alemanes tenían submarinos en el Mediterráneo? ¿Podía una de estas máquinas navegantes, pequeñas y frágiles, hacer la larga travesía desde el mar del Norte al estrecho de Gibraltar?

Varios pelotones de hombres precedidos y seguidos de bayonetas marchaban de un puerto á otro con rítmico paso. Eran prisioneros alemanes, sonrosados y alegres á pesar de la cautividad, vistiendo aún sus uniformes de color verde col, con un gorro redondo sobre la esquilada cabeza.