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Pero reconoció al capitán Flimnap, que le gritaba, abriendo los brazos: ¡Deténgase, gentleman! ¿Adonde va?... Le pido perdón por el olvido de que ha sido objeto. Los culpables son esas gentes de la administración del ejército, que, como no están acostumbradas al nuevo servicio, equivocaron mis órdenes. Pero vámonos á la playa; deben haber llegado ya doce furgones llenos de víveres.

Materne, desde lo alto de la roca, estuvo escuchando un momento; después, alegremente, dijo: ¡Se han marchado!... Pues bien...; vamos a ver. , Frantz, quédate aquí... por si volviera alguno... A pesar de la advertencia, los tres bajaron adonde se hallaba el caballo. Materne cogió acto continuo la brida, diciendo: ¡Bien, amigo mío!; ahora te enseñaremos a hablar francés. ¡Vámonos! dijo Kasper.

Pues yo con todo el pueblo me prefiero Hacer de lo que Jupiter mas gusta, Que son los sacrificios y oraciones, Si van con enmendados corazones. Vamonos, y con presta diligencia Hagamos quanto aqui propuesto havemos, Antes que la pestifera dolencia De la hambre nos ponga en los extremos.

, , invención mía fue. El que ha llevado tantas riquezas a la señora será otro, algún D. Romualdo de pega... hechura del demonio... No, no, el de pega es el mío... No , no . Vámonos, Almudena. Pensemos en que estás malo, que necesitas pasar la noche bien abrigadito.

Pues este lo llevaré también. Gracias. Vámonos, Sancho. Este nombre, aplicado al subdiácono, dio por un momento al padre Gracián cierta apariencia quijotesca. Pero no es aquel nombre capricho del narrador. Llamábase en efecto el subdiácono José Sancho; era natural de Palma de Mallorca, y tenía veinticuatro años de edad y siete de Compañía.

Con mi lógica me las arreglo admirablemente y me río del mundo. ¡Qué bonita es la lógica; pero qué bonita! ¡Y qué hermosura tener la cabeza como la tengo ahora, libre de toda apreciación fantasmagórica, atenta a los hechos, nada más que a los hechos, para fundar en ellos un raciocinio sólido!... Pero vámonos a mi casa, que mi tía me espera».

Tomé el sombrero y me dispuse a salir antes de que acabara la tertulia. Al irme que Porras decía: Vamonos. Ya estamos en tinieblas, y el buen amigo don Juan es tan avaro que no quiere gastar en una vela; por eso nos tiene a obscuras. ¡Viva el obscurantismo!

Vámonos dijo Paz de pronto, con la voz ahogada por un sollozo; y dirigiéndose de nuevo hacia arriba, tomó la vuelta a San Isidro. Al entrar en la calle del Cuervo, vio a Tirso parado ante el escaparate de una cerería: iba de paisano, y sólo le reconoció al escuchar su voz. Estaba seguro la dijo tristemente de que vendría Vd. ¡Era verdad! No había Vd. mentido. Adiós, señorita.

Pero mi tío, que todo lo observaba, dio pronto la voz de «vámonos», y se levantó de su sillón, más agradecido que satisfecho de aquel tan notorio como inútil sacrificio que todos estábamos haciendo por él. Antes de acostarme salí un momento a la solana para ver cómo quedaba la noche.

Ya no me verás triste. Si el señor cura dice: vámonos, me iré, y me separaré de muy contenta, muy alegre. Ya lo verás: no lloraré; ni una lágrima saldrá de mis ojos, y eso que parezco una chiquitina, y por cualquiera cosa ya estoy llorando.... ¿Me escribirás?