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A don Tomás le llamaban Frígilis, porque si se le refería un desliz de los que suelen castigar los pueblos con hipócritas aspavientos de moralidad asustadiza, él se encogía de hombros, no por indiferencia, sino por filosofía, y exclamaba sonriendo: ¿Qué quieren ustedes? Somos frígilis; como decía el otro. Frígilis quería decir frágiles. Tal era la divisa de don Tomás: la fragilidad humana.

Y la pobre Feli, haciéndose la temible, se apretaba contra Isidro, le estrechaba en sus brazos, frotaba su cara en uno de sus hombros, le acariciaba el cuello con el raso de sus labios. Sentíanse invadidos los dos por una dulce laxitud, por un deseo de descansar en algo más sólido que las frágiles sillas... ¡A dormir! Pero no durmieron: no tenían sueño.

Mientras se conserva un soplo de vida se quieren conservar los frágiles vestigios de los días dichosos, de los goces que se han disfrutado y aquellos a que no se ha renunciado todavía... Nadie quiere sacrificar el pasado ni el porvenir.

Luego sonrió levemente, moviendo los hombros lo mismo que si hubiese escuchado algo absurdo... ¿Acaso los alemanes tenían submarinos en el Mediterráneo? ¿Podía una de estas máquinas navegantes, pequeñas y frágiles, hacer la larga travesía desde el mar del Norte al estrecho de Gibraltar?

Al depositarlo sobre un tronco, con mucho cuidado, como si contuviese cosas frágiles, sonó en su interior un retintín metálico. La Mariposa suspiraba, como echando fuera el dolor de este sacrificio, y lentamente, sin dejar de mirar a lo lejos, con el temor de ser sorprendida, fue desatando los nudos del envoltorio.

Realizaban la ilusión acariciada tantas veces en su época de pobreza. «Pruébelo, doctor: es de lo más selecto de la Rioja: á tantos duros la arrobaOtros se cubrían de brillantes las manos y el pecho, pero cuidaban de ellos con meticulosidad supersticiosa, como si fuesen animalillos delicados y frágiles que al menor roce se podían desvanecer.

Por debajo de estas formas transparentes y frágiles que quemaban cuanto tocaban, atreviéndose á capturar presas mucho más grandes que ellas, extendíase en jardines la llamada «flor de sangre», el coral rojo, y especialmente el astroides, formando con sus corolas una alfombra de color anaranjado.

Los brazos eran finos y frágiles, como los de un niño, pero admirablemente torneados; el cuello, flexible y esbelto, como el de la gacela, se unía a los hombros por una línea fugitiva y ondulante, cuya suprema gracia sólo se encuentra en las vírgenes de Rafael. Los primeros azotes de la doncella fueron tan suaves y comedidos, que no dejaron rastro alguno en aquella preciosa epidermis.

No por esto debemos ignorar tales divisiones, y lo que son y significan; y por razón tan plausible trataremos especialmente de cada una de ellas, aunque recordando siempre, que es preciso abstenerse de fundar sobre tan frágiles cimientos teorías cualesquiera acerca del arte dramático español.

Los invita a bañarse haciéndoles pensar que no tiene media vara de fondo, y luego los estrangula miserablemente entre sus aguas verdes. No se hallarán dentro náyades de celestial hermosura quebrando al nadar con sus brazos de alabastro los frágiles cristales, ni saldrán de noche a jugar sobre su linfa las graciosas ondinas, de cabellera blonda.