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Velázquez, aunque fingiese despreocupación y se riese de agüeros, guardaba, como buen andaluz, un fondo supersticioso. Trastornado ahora por su pasión además, juró de buena fe que creía en la virtud de las cartas y los ensalmos, y se manifestó dispuesto á seguir ciegamente cuanto María-Manuela le ordenase.

Estas dos naciones trabajan hace mucho tiempo por mejorar la condicion social por medio de la mejora parcial de los individuos, á la inversa de los alemanes, que pretenden regenerar á la humanidad entera por medio de esos ensalmos universales, que se llaman sistemas filosóficos; y á la inversa tambien de los franceses, que hace sesenta años se agitan en el círculo vicioso de las revoluciones, buscando instituciones adecuadas al hombre, antes de haber formado los instintos del hombre, ó lo que es lo mismo, el hombre adecuado á las instituciones.

Tenue claridad flotaba sobre la morada de pureza y de pasión, como si sus tapias encerrasen algún milagroso huerto de lirios. Nubes bajas, resquebrajadas como témpanos, cubrían el cielo, dejando transparentar esa temerosa luz cenicienta favorable a todos los ensalmos. Los gallos cantaban por momentos, como si comenzase la aurora. Un perro latió de modo lúgubre al pie de la muralla.

Se trata de dos miserables, de un hombre y una mujer: el hombre es un galeote huído, un hereje hechicero que vende untos, y hace ensalmos y presta á usura. Se llama Gabriel Cornejo y tiene una ropavejería en el Rastro. La mujer es comedianta, hermosa y joven, y se llama Dorotea. Vive en la calle Ancha de San Bernardo.

Recogidos, ordenados e ilustrados por Francisco Rodríguez Marín, socio facultativo de El Fok-Lore Andaluz. 5 tomos 8.º, 25 y 27 pesetas. Contiene: Nanas, o coplas de cuna. Rimas infantiles. Adivinanzas. Pegas. Oraciones, ensalmos y conjuros amorosos. Requiebros, declaración, ternezas, constancia, serenata y despedida.

Era la misma palidez patética, el mismo temblor de los labios, el mismo estiramiento de los párpados sobre las pupilas ebrias de claridad. No, no podía ser una jorguina. Había hablado el lenguaje de los místicos y sin filtros, sin ensalmos, sin unturas, con la sola contemplación, acababa de remontarse a las más altas regiones del éxtasis.

Esta andaba no cómo, medio enferma, con la paletilla caída, según decía; y por más que se la levantó una saludadora con los rezos y ensalmos de costumbre, la paletilla seguía en sus trece, y la muchacha tristona, pensando en cómo quedarían sus pequeños si se muriese ella.