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El de Soledad era negro bordado en rojo, el de Paca amarillo con flores negras, el de María-Manuela rojo y blanco, el de la madrina blanco y verde. Las calles hervían de gente cuando la comitiva se puso en marcha atravesando al medio la ciudad por mayor gala.

¡Qué ha de curarse con eso! saltó María-Manuela que presumía de curandera y ensalmadora Si sientes dolor, Frasquito, se te quitará untando el brazo con la sangre de una oreja cortada de un gato negro; le das una friega apretándolo poco á poco, luego doblas er deo gordo, y poniéndolo debajo de la barba abres la boca nueve veces seguidas...

María-Manuela, asustada, hizo callar á todos y declaró que el romperse un vaso es muy malo y anuncia disgustos. La única manera de evitarlo era recoger todos los pedazos y tirarlos al pozo. Así comenzó á ejecutarlo con gran solicitud mientras los demás se reían de su credulidad. Algunos por burla la ayudaban.

María-Manuela salió con los cristales del cuarto y fué á arrojarlos al pozo que había en el patio. Soledad, que seguía tranquilamente haciendo calceta detrás del mostrador, sonrió. Siguió la zambra en el aposento. Bueno, ahora no falta más que Soledad nos baile una mijita de tango manifestó el señor Pepe.

Los primeros que llegaron fueron Frasquito con su mujer y el señor Rafael. Inmediatamente la lancha trajo á la familia del Cardenal, los viejos, Mercedes, Isabel y su novio Gregorio, á los cuales se había unido Manolo Uceda, que por casualidad llegara al muelle al mismo tiempo. En la otra lancha acudieron en seguida María-Manuela con Antonio y dos amigos más de Velázquez.

Pues bien claro estaba que habíamos de tener un disgusto, después que Antonio rompió el vaso manifestó María-Manuela con un acento de seguridad que hizo volver la alegría á la reunión. Soledad. El padre de Soledad era guarda de consumos en Medina Sidonia. Sus hijos, dos, Soledad la primera y Miguel, que contaba tres años menos.

¿Qué dices á eso, María-Manuela? preguntó riendo el señor Rafael. Que tiene muchísima razón. Yo jamás he conocido su juventud. María-Manuela y yo manifestó con la misma gravedad Antonio nos hallamos en los primeros tiempos del amor en que se goza con una nada, en que cualquier friolerilla le levanta á uno hasta el cielo y le hace soñar toda la noche.

María-Manuela le puso su mano protectora sobre el hombro. No te apures, querido, que todo se arreglará. ¿Lo has desembuchao too? Todo.

La pequeña y gorda que la acompañaba era sin duda María-Manuela. Corrió á su encuentro, pero ellas, al verle, se separaron vivamente y, cada cual por su lado, se introdujeron en la muchedumbre, desapareciendo al instante de sus ojos. Por más que hizo no le fué posible dar con ellas. Mareado de tanta vuelta, rendido y triste, se determinó al cabo á salir del baile.

Era un burbujeo leve y fugaz como el de sus vinos dorados. ¡Cuánto donaire, cuánto disparate, cuánto embuste! Debajo de la clásica parra, nuestra pareja halló sentados á Antonio y María-Manuela con otras personas, y fueron á colocarse cerca de ellos.