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Se acordó de la mujer blanca, de fuertes pechos y ojos sin pupila, que había visto sobre la cabeza del presidente del Consejo. Pero á continuación quiso creer que el recibimiento triunfal era para ella... Marchaba entre fusiles, acompañada de trompetas y tambores, como una reina. Su defensor la vió más alta que nunca. Parecía haber crecido un palmo, con prodigioso estiramiento.

Me río yo de toda la gravedad del Reistag alemán, de toda la seriedad de los Comunes de Inglaterra y de todo el estiramiento de la Puerta Otomana, ante la cómica gravedad que respiraban todas las candongas de las ñoras y toda la tiesura y almidonamiento de los faldones de los munícipes.

Reían las mujeres con maliciosa delectación al contemplar en tal facha a los mismos señores que se pavoneaban en el paseo o en el comedor con estiramiento ceremonioso.

Unas veces eran comisiones diplomáticas o personajes políticos que iban a gobernar repúblicas, y entonces parecía navegar con calmosa majestad, entrando solemnemente en los puertos embanderados, entre cañonazos y vítores. Las gentes se hablaban con frío comedimiento, mensurando las palabras, no atreviéndose a alzar la voz. Hasta los grumetes tenían un estiramiento protocolario.

Era la misma palidez patética, el mismo temblor de los labios, el mismo estiramiento de los párpados sobre las pupilas ebrias de claridad. No, no podía ser una jorguina. Había hablado el lenguaje de los místicos y sin filtros, sin ensalmos, sin unturas, con la sola contemplación, acababa de remontarse a las más altas regiones del éxtasis.

que era Karl, con las facciones desencajadas y un agujero negro en la sien... Se irguió con un estiramiento agónico; luego se derrumbó de espaldas, abriendo los brazos. Esta visión fué instantánea. El capitán sólo podía pensar en él, y se levantó de un salto. Después corrió y corrió, encorvándose para ofrecer á sus enemigos el menor blanco posible.

Como la luz se extendía á esta hora horizontalmente, casi al ras del suelo, las sombras de las personas y los árboles se prolongaban con un estiramiento irreal. Primeramente llegó Pirovani escoltado por Moreno y don Carlos, todos vestidos de negro, pero el contratista se distinguía de sus acompañantes por una levita nueva y solemne.