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Oye, Juan, eres la prudencia y la razón encarnadas, en eso estoy conforme; pero por más que digas y hagas... Escucha, y acuérdate de esto, Juan; de esa casa saldrás enamorado. No lo creo respondió Juan, riendo. Y yo estoy seguro de lo que digo... ¡Hasta la vista! Te dejo en tus asuntos. Aquella mañana Juan hablaba sinceramente: había dormido muy bien la noche anterior.

Piensa, hija mía me dijo, cuando fui a cumplimentarla por el año nuevo, piensa que tendrás 26 años en septiembre próximo... Es horrible. ¿Por qué?... ¿tendré que matarme para no llegar a esta época nefasta?... Confieso que quiero conservar la cabeza y... No digas tonterías, Magdalena, ya me comprendes.... Tener 26 años y no estar casada, es humillante. Pues yo no siento semejante humillación.

Anduvo tras de ti, y si no estuviese fuera, sabe Dios.... No digas, mujer, no digas, que bastantes veces lo encontré yo por los alrededores de la Fábrica. Bueno, bueno, ¿y qué? ¿Por qué, un suponer, no se había de casar conmigo?

«Te quiero con toda el alma, Rodolfo mío; no vivo más que para , y me duele mucho que me digas esas cosas tan tristes. ¿A qué hablar de la muerte cuando somos tan dichosos? dices que la muerte debe ser deseada en los momentos de felicidad, y entonces más que en las horas de dolor. ¿Dónde has aprendido eso? Dime: ¿dónde? Tienes unas cosas muy raras.

»Yo creo que los hombres no la oyen, Pepita; pero las oigo yo. Y cada vez que por la mañana o por la noche ellas ríen o lloran, vienen a mi espíritu recuerdos de otros días, un poco más felices que estos en que me veo tan solo. »Adiós. Esa sorpresa de que me hablas, ¿qué es? Claro está que si me lo dijeras, ya no sería sorpresa. No me lo digas. Y ya te contaré yo la impresión que me produzca.

La Villasis, sin embargo, no se mostraba muy propicia, y echándose a reír, le dijo: ¿Pero qué falta hago yo, mujer?... La misma que los perros en misa... No digas eso, María, porque ni misma lo crees replicó la otra muy apurada.

; y te exijo como a un amigo, o como a ti, que me digas justamente esto: ¿Por qué no quieres ir más? ¡No tengo ganas!... ¿Te gusta? Vezzera me miró como miran los tuberculosos condenados al reposo, a un hombre fuerte que no se jacta de ello. Y en realidad, creo que ya se precipitaba su tisis. Se observó en seguida las manos sudorosas, que le temblaban.

No digas esas cosas, Rorró, solía decirme, porque no las creo. ¡Si me pintas hermosa y gallarda como una virgen de Murillo! Dime en prosa, aquí, hablándome, que me amas mucho, mucho, y me tendrás contenta, satisfecha y feliz. Angelina no era hermosa como una virgen de Murillo, pero lo era como alguna de Rafael, como la Madona de la silla.

Deja en la corte á Juan, porque al pobre muchacho le sería muy doloroso verme morir. No te digas que vienes, para que no se empeñe en acompañarte. »Ven, porque es necesario que ese ilustre nombre que ha guardado Jerónimo durante veintidós años como un depósito sagrado, que he guardado yo después de la muerte de nuestro hermano, pase á ti después de mi muerte.

-Calla, Sancho -respondió don Quijote con voz no muy desmayada-; calla, digo, y no digas blasfemias contra aquella encantada señora, que de su desgracia y desventura yo solo tengo la culpa: de la invidia que me tienen los malos ha nacido su mala andanza. -Así lo digo yo -respondió Sancho-: quien la vido y la vee ahora, ¿cuál es el corazón que no llora?