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Parecían catecúmenos que luego de las abluciones y de vestir nuevas túnicas no saben qué otra ceremonia les aguarda más allá de la puerta cerrada. Miraban con inquietud la tierra que iba costeando la nave, una barrera amarilla, ondulosa, de cumbres bajas. ¿Qué encontrarían en aquella América?... Ya no sonaba el acordeón; los rusos habían olvidado su danza gimnástica.

Después se cantaron otros muchos zortzicos y luego vino un muchacho con un acordeón, que trenzaba, sin parar, la música más heterogénea; un vals se convertía en una habanera, y ésta aparecía al final con las notas de La Marsellesa o de un himno cualquiera.

Las guitarras sonaban metálicamente bajo los golpes violentos y secos en las bordonas; el acordeón se quejaba en el desmayo rítmico de sus notas, prolongadas en calderones que le exigían todo el desarrollo de su caja y, aprovechando uno de éstos, Melchor se puso al frente de la rubia arrastrando la pierna izquierda cuyo pie trazó en el suelo un semicírculo y pasándole el brazo derecho por el talle, al que se ajustó como un cinturón ardiente, le tomó, con toda delicadeza, la punta de los dedos de su mano derecha que levantó hasta la altura de los hombros y mirándola lánguidamente en los labios temblorosos, empezó a bailar tan unido a ella

Avanzaron los dos amigos hacia la popa, deteniéndose en la baranda cercana al café, sobre la cubierta de los de tercera clase. Habían levantado los marineros una parte del toldo y se veía abajo el rebullir de la emigración septentrional, gentes melenudas que a pesar del calor conservaban sus abrigos de pieles. Sonaba el gangueo de un acordeón con el apresurado ritmo de la danza rusa.

Las quejumbrosas notas del acordeón se elevaban y descendían junto a la vacilante fogata del campamento con prolongados gemidos y frecuentes intermitencias. Pero como la música no alcanzaba a llenar el penoso vacío que dejaba la insuficiencia de alimento, Flora propuso una nueva distracción: contar cuentos.

¡Infeliz! ¡Se ha dejado morir de hambre! dijo el jugador con sorpresa. Así se llama esto repuso la mujer con voz apagada. Se acostó de nuevo, y volviendo la cara hacia la pared, entró en una rápida agonía. Aquel día enmudecieron el acordeón y las castañuelas, y se olvidó la Iliada y sus héroes.

El de la guitarra con el del acordeón atacaron un aire vulgar, pero cadencioso, antepasado en línea recta de la milonga del día, y detrás del aire, el virola dijo con voz nasal y chocante la siguiente copla: Nuestra Guardia Nacional en Cepeda y en Pavón, con bravura sin igual, se lanzó sobre el cañón del cobarde federal. ¡Lindo, don Polibio! Si a carrero y a verseador naide le gana.

Yo no si don Jorge había ocultado su baraja con el aguardiente como objeto prohibido a la comunidad, lo cierto os que, valiéndome de las propias palabras de la madre Shipton, «no habló una sola vez de cartas» durante aquella noche. Menos mal que pudo matarse el tiempo con un acordeón que Tomás sacó con aparato de su equipaje.

Todos estos americanos aceptaban con despectivo silencio el acordeón y los bailes de gallegos y de gringos, hasta que al fin cualquiera de su clase reclamaba á gritos los bailes de la tierra. Esta exigencia, hecha con tono amenazador, obligaba á retirarse á las parejas que danzaban agarradas, á estilo europeo.

En la playa, y al pie mismo del murallón donde nosotros estábamos, varios carreros del Bajo, en traje de fiesta, se habían congregado para oír a dos de ellos que, armado el uno con una guitarra profusamente encintada de blanco y celeste, y el otro con un acordeón, cantaban coplas patrioteras en una de esas tonadas características del compadrito de Buenos Aires.