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La veía sentada al sol en el balcón, inclinada sobre su costura; la veía gozar del descanso de mediodía bajo los frondosos tilos del jardín; la veía, mientras la voz de su marido retumbaba en el patio y junto a ella la cafetera cantaba su dulce canción; la veía, esperando que él entrase, seguir con mirada soñadora los copos de nieve que revoloteaban en el aire.

Esta aparición del pasado, todavía latente en la capilla abandonada, el recuerdo de aquellas dos damas, la una toda piedad, la otra idealista, elegante y soñadora, acabó de trastornar a Febrer. ¡Y pensar que dentro de poco las manazas de la usura vendrían a profanar tanta cosa venerable!...

Por fin vemos a doña Ana Ozores, que da nombre a la novela, como esposa del ex-regente de la Audiencia D. Víctor Quintanar. Es dama de alto linaje, hermosa, de estas que llamamos distinguidas, nerviosilla, soñadora, con aspiraciones a un vago ideal afectivo, que no ha realizado en los años críticos.

Más de doscientos jóvenes exaltados, lleno el espíritu de pasión expansiva, le aplaudían con entusiasmo. El joven orador comunicaba su indiscreta fe á aquella masa de juventud inocente y soñadora, cuando cuatro infames, á dos pasos de allí, preparaban un sangriento desastre.

Su inocente sonrisa, su frente soñadora, toda su persona, en fin, recordaba el antiguo lied del minnesinger Erbart, cuando dice: «He visto pasar un rayo de luz, y mis ojos se hallan aún deslumbrados... ¿Era una mirada de la Luna a través del follaje?... ¿Era una sonrisa de la aurora en el fondo de los bosques?... No... Era la hermosa Edit, mi amor, que pasaba... La he visto, y mis ojos se hallan aún deslumbrados

Hacía propósito de no volver a pescar alimañas de tan poca sustancia, y se figuraba estar tendiendo sus redes en mares anchos y batidos, por cuyas aguas cruzaran gallardos tiburones, pomposos ballenatos y pejes de verdadero fuste. Su mente soñadora la llevaba a los días del próximo invierno, en los cuales pensaba inaugurar una campaña social tan entretenida como fructífera.

Así en la pintura de esa sensibilidad soñadora, irritable y apasionada de Werther, que acaba por verse obligado a reaccionar sobre mismo, Goethe ha revelado el misterio. Si pudieseis encerrar esos dos tipos en un círculo trazado a compás, no habría necesidad de conservar otros monumentos de nuestra historia contemporánea, porque en ellos se encuentra toda.

Pero la dulzura poética del solitario de la Umbría, su santidad soñadora, no cabe en el carácter positivo y práctico de un vasco. Ya que se dedica á Dios, ha de ser con un objeto terrenal e inmediato. Bueno es ser santo, pero debe servir para algo que se vea y se toque. Los instintos de hombre de pelea renacen en él.

Su frente era como un jazmín harto de aurora, Con mucho de románticos amores soñadora Y mucho de los rayos de luna. Dulcemente. Señor: Pues esta niña estaba abandonada Por el rajhá, ocupado en combates sin fin, Y como ya muriera su madre, infortunada, Ahora buscaba amor y aroma en el jardín.

Sus largos cabellos de color rubio claro brillaban como rayos de sol, y en sus ojos límpidos y francos, que se iluminaban con una llama jovial para tomar en seguida una expresión soñadora y tranquila, había un mundo entero de ternura y de bondad. Se unió desde entonces con verdadera pasión, al hermano que durante tanto tiempo lo había descuidado.