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Sagrario y Leticia, en cambio, habían traspuesto los umbrales, y eran ya espectadoras de adentro; más que espectadoras, figuras principales de la gran comedia: les era permitido, una vez en escena, disponer libremente de los recursos propios para aspirar hasta al dominio de ella; mirar a los hombres cara a cara; provocar sus lícitos atrevimientos; poner a prueba la calidad y el temple de sus armas; luchar impertérritas y vencer valerosas, o sucumbir apasionadas, que este es el fin, más o menos remoto y a sabiendas, de todos los femeniles empeños en lo mejor de la vida, y a ese solo paradero se va por donde las mujeres andan, cargado el cuerpo de lujo y el alma de tempestades...; en fin, tocar y palpar las realidades de los sueños de la colegiala y de sus entusiasmos de recién llegada a las puertas del mundo.

Ahora todos se mostraban ansiosos de lucir sus habilidades, y apenas se retiraban del teclado unas manos, caían otras sobre él vigorizadas por el descanso. Voces femeniles entonaban romanzas sentimentales en italiano, cancioncillas picarescas en francés y jotas de zarzuela española.

Ojeda ocupó una mesa en la terraza de fumadero con su compatriota Conchita. Paisana, vamos a llegar había dicho al verla . Permítame que la invite a tomar algo. Celebremos el buen viaje. Ahora que se veía sin amistades femeniles gustábale conversar con la graciosa madrileña, a la que apenas había prestado atención en los días anteriores.

Porque los nervios, que son los que transmiten nuestras sensaciones al cerebro, a veces nos engañan, son falsos corresponsales... Verá usted; nosotros tenemos un centro nervioso en el cerebro, de donde parten... Y me enfrasqué en una descripción anatómica, procurando ponerla al alcance de las inteligencias femeniles a quienes iba dirigida.

Eran señoras las que los ocupaban, sólo señoras, y algunos transeúntes retrocedían, no queriendo continuar su marcha a través de estos grupos femeniles que tomaban la cubierta como algo propio, sin importarles dificultar la circulación. Mire usted, Ojeda. Ya se está reuniendo «el banco de los pingüinos». Y ante el gesto de extrañeza de su acompañante, dio una explicación.

Quería saber cómo era Deusto por dentro, aquel templo de la sabiduría envuelto en el misterio: y el sobrino, en sus visitas al hotel, cada vez más frecuentes, la deleitaba hablándola largas horas de los lugares que ella no podía ver por oponerse las reglas de la Compañía á las visitas femeniles.

Dibujaba con frenética rapidez, rellenando el interior de los contornos de masas de color. Hasta aquí todo iba bien. Pero después vacilaba, permaneciendo inactivo ante el cuadro, para arrinconarlo finalmente en espera de tiempos mejores. Lo mismo le ocurrió al intentar varios estudios de cabezas femeniles. No podía terminar nada, y esto le produjo cierta desesperación.

En el hotel que habitaba en Munich encontró a miss Mary Gordon, a la que había visto antes en el teatro de Wagner. Era una inglesa alta, esbelta, de pocas y finas carnes; un cuerpo de gimnasta, en el que los deportes habían contenido las amenas redondeces femeniles, dándola un aspecto juvenil, sano y asexual de bello muchacho.

De fijo lo menos afortunado en la novela de Pereda es también el carácter de la heroína. Puede decirse, sin agravio de él, que los tipos femeniles y los diálogos de amor han sido, son y serán siempre la parte más endeble de su armadura de novelista. Y aun añadiré que los huye, o los trata con frialdad y despego.

Ella había acabado por odiarlos á todos, deseando su exterminio, exasperándose al pensar que los necesitaba para vivir y nunca podría libertarse de esta esclavitud. Para ser independiente, se había dedicado al teatro. He bailado, he cantado; pero mis éxitos fueron siempre femeniles. Los hombres venían detrás de , deseando á la hembra y riéndose de la artista.