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Pero como el poeta aceptaba, en broma, aquello mismo que se le censuraba, y, no obstante, proseguía siempre haciendo lo que antes, hubo de provenir esto del conocimiento que tenía de su talento particular para desenvolver estos motivos dramáticos, y de su inventiva inagotable para dar forma é imprimir nuevo colorido á esos materiales uniformes; razón también para que nosotros, recordando la igualdad de los resortes de estas piezas, nos admiremos del arte infinito, con que el autor, del mismo fondo, y de iguales elementos, obtuviese tan extraordinaria variedad de resultados.

Sólo diremos que los primeros periódicos fueron gacetas: no nos admiremos, pues, si fieles a su origen, si reconociendo su principio, los periódicos han conservado la afición a mentir, que los distingue de las demás publicaciones desde los tiempos más remotos; en lo cual no han hecho nunca más que administrar una herencia.

Al fin, acababa de realizar su ensueño de volverse á España, dejando al frente del almacén á un dependiente español interesado en sus negocios. Ayer me escribió don Antonio dijo Robledo con una ironía bondadosa . Quiere que vayamos á Madrid. Desea que admiremos su casa, sus automóviles, y sobre todo sus amistades. Me cuenta con orgullo que los periódicos hablan de sus comidas.

De aquí que admiremos á Leopardi, no por su ateísmo y desesperación pesimista, sino por su anhelo ferviente de bondad suprema, por su aspiración á lo divino, que él cree irrealizable.

Reyles saca a la palestra y pone en acción a uno de esos disparatados seres sublimes, llamado Julio Guzmán. El autor, en mi opinión, aspira a que admiremos a su héroe; pero sólo logra que nos parezca insufrible, degollante y apestoso.

Hay, por último, en la Celestina cierto misterioso encanto que se apodera del alma de quien la lee, embelesándola y moviéndola a la admiración más involuntaria. No admiramos porque nos prescriban los críticos que admiremos, sino porque la admiración nace en nosotros espontánea e inmediatamente de la lectura.

Y de aquí, por último, que en Whittier y en Manzoni admiremos la profunda fe cristiana, la caridad viva y la consoladora esperanza con que ensalzan al ser divino, y su santa religión, que es el Lábaro, en pos del cual piensan que han de elevarse á las más radiantes esferas de bienaventuranza para los hombres, cumpliéndose así los inexcrutables designios del Altísimo y su divina voluntad, en la tierra y en el cielo.

Es un rinconcito de Madrid que debemos conservar cariñosamente, como anticuarios coleccionistas, porque la caricatura monumental también es un arte. Admiremos en este San Sebastián, heredado de los tiempos viejos, la estampa ridícula y tosca, y guardémoslo como un lindo mamarracho.

De aquí que admiremos en Carducci, hasta en la oda á Satanás, no el extravagante capricho de llamar Satanás al libre espíritu humano, sino el vehemente amor con que canta el poeta las conquistas de ese espíritu y sus triunfos y victorias sobre el mundo visible, para mejorar nuestra condición, ennoblecer nuestro destino y hacer más digna y más feliz la vida humana.