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Y mientras tu amo el látigo sangriento Hace sobre tu espalda resonar, Yo empuñaré el azote del tormento Para tu nombre infame flajelar. Tu nombre dije! En qué gloriosas lides Entre la voz del plomo resonó? Entre qué renombrados adalides Tu acero vencedor relampagueó?

¿Qué dicen los partidarios del enemigo? ¡Ah! esto acaba de aclarar el misterio; se han echado las campanas á vuelo en el punto P, y han entrado muchos prisioneros; los enemigos se han presentado orgullosos en presencia de la plaza sitiada, cuyos apuros son cada dia mayores. ¿Qué está haciendo el general vencedor?

Era imposible no reconocer desde luego á Eduardo III, el invasor de Francia y conquistador de la Normandía, al vencedor de Crécy, uno de los más brillantes guerreros entre los muchos y muy esforzados que habían regido al pueblo anglo-sajón.

6 Le hiciste señorear de las obras de tus manos; todo lo pusiste debajo de sus pies: 7 Ovejas, y bueyes, todo ello; y asimismo las bestias del campo, 1 Al Vencedor: sobre Mut-labén: Salmo de David. [Te] alabaré, oh SE

eres la elegida. Toma el reloj y entrégaselo. Yo no tengo nada que entregar, puesto que nada es mío responde con acritud la doncella. Pero has sido elegida por el vencedor, niña. Ningún trabajo te cuesta entregarlo. Si me cuesta ó no trabajo no lo sabe usted. Lo que le digo es que no quiero. En vano fué que la instaran muchos de los presentes.

El campo más adecuado para la lucha que los del Saloncillo y los del Camarote habían emprendido y el de resultados más positivos lo mismo para el vencedor que para el vencido, era la política. A él volvieron, pues, desde los primeros momentos los ojos unos y otros contendientes. No perdonaron medio alguno para derribarse y triunfar.

Aquí no ha habido ni vencido ni vencedor. Digamos ambos a la vez, a y yo a ti: Valiente eres, capitán, y cortés como valiente; con tu espada y con tu trato me has cautivado dos veces. eres mi cautivo y yo quiero ser tu cautiva; es decir, más amiga tuya que antes. Y diciendo así, tendió de nuevo ambas manos a don Andrés, más cariñosamente y con mayor confianza que la vez primera.

Conviene saber que ninguno de los dos adversarios tenía ideas políticas, dándoseles un bledo de cuanto entonces se debatía en España; mas, por necesidad estratégica, representaba y encarnaba cada cual una tendencia y un partido: Barbacana, moderado antes de la Revolución, se declaraba ahora carlista; Trampeta, unionista bajo O'Donnell, avanzaba hacia el último confín del liberalismo vencedor.

y tanto el vencedor es más honrado, cuanto más el vencido es reputado; así que, ya corren por mi cuenta y son mías las inumerables hazañas del ya referido don Quijote.

Pero ya que de esto hemos venido á hablar, oigamos describir al mismo historiador la manera cómo montó á caballo por última vez el protagonista del siglo de los héroes, el vencedor de mil combates, el hombre de hierro.