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Era la vida de tribu: los machos descansando, por el privilegio de su fuerza, esperando el sustento de las hembras que iban al bosque, o sea a la inmediata población. Maltrana, a los pocos días de estancia en las Cambroneras, conocía los nombres de todos los respetables tunos del hampa gitanesca, bronceados y ágiles, con el rostro roído por las viruelas.

Los tipos de apóstoles, mártires y ermitaños, están tomados del campo y de la hampa o son soldados viejos de Flandes y de Italia: el artista sin cuidarse de ennoblecerlos ni siquiera limpiarlos, los coloca en los altares y allí son reverenciados y adorados: persuaden al animo y seducen a la imaginación meridional porque tienen vida: la pintura española esta creada.

De su voz ¡voz traidora!, no se había vuelto a acordar en mucho tiempo, a no ser para cantar en tabernas y paseos nocturnos, para solaz de los compañeros del hampa, o seducción de alguna mozuela, que además habría de pedir otra paga.

Desaparecen los municipios libres; sus defensores suben al cadalso en Castilla y en Valencia; el español abandona el arado y el telar para correr el mundo con el arcabuz al hombro; las milicias ciudadanas se transforman en tercios que se baten en toda Europa sin saber por qué ni para qué; las ciudades industriosas descienden a ser aldeas; las iglesias se tornan conventos; el clérigo popular y tolerante se convierte en fraile, que copia, por imitación servil, el fanatismo germánico; los campos quedan yermos por falta de brazos; sueñan los pobres con hacerse ricos en el saqueo de una ciudad enemiga, y abandonan el trabajo; la burguesía industriosa se convierte en plantel de covachuelistas y golillas, abandonando el comercio como ocupación vil, propia de herejes, y los ejércitos mercenarios de España, tan invictos y gloriosos como desarrapados, sin más paga que el robo y en continua sublevación contra los jefes, infestan nuestro país con un hampa miserable, de la que salen el espadachín, el pordiosero con trabuco, el salteador de caminos, el santero andante, el hidalgo hambrón y todos los personajes que después recogió la novela picaresca.

Sevilla, población importantísima, el siglo XVI, era centro en el que se acogía un mundo de pícaros, como los que tan admirablemente retrató Cervantes en Rinconete y Cortadillo, y alrededor de toda aquella hampa, pululaban niños y mozalbetes, de quienes nadie cuidaba y á quienes nadie procuraba apartar de tan extraviados caminos.

Quería conservarlo como recuerdo de la «vorágine»; pero un día necesité dinero... y lo vendí por tres perras gordas. ¿Verdad que este ingenuo concepto del dinero es conmovedor? Entre el hampa literaria Santaló fué siempre un caballero de la Tabla Redonda. Fué un bohemio, pero no hampón.

Y que solían llevar la barba en forma de cola de delfín lo había dicho el mismo autor en un romance de la Musa VI: «Era Alejandro un mocito a manera de la hampa, muy menudo de faiciones y muy gótico de espaldas. Véase antepuesto al apellido, como se anteponen estos otros nombres. Don Guillén de Castro, El Narciso en su opinión, jorn. I: «D. GUTIERRE. ¿Bueno está el bigote? TADEO. Bueno.

Una de las muchas rondas que recorrían la ciudad reclutando a lo florido del hampa, a los bigardos y galloferos de todas partes que andaban lampando por las calles, para acarrearlos a votar al día siguiente, topó con el grupo de borrachos en que iba Poe, y todos juntos fueron encerrados en una mazmorra donde les dieron de beber, de beber hasta el enloquecimiento.

Traía cubierta una capa de bayeta casi hasta los pies, en los cuales traía unos zapatos enchancletados; cubríanle las piernas unos zaragüelles de lienzo anchos, y largos hasta los tobillos; el sombrero era de los de la hampa, campanudo de copa y tendido de falda; atravesábale un tahalí por espalda y pecho, a do colgaba una espada ancha y corta, a modo de las del perrillo; las manos eran cortas, pelosas, y los dedos gordos, y las uñas hembras y remachadas; las piernas no se le parecían; pero los pies eran descomunales, de anchos y juanetudos.