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Pero yo nada tengo que ver con eso, murmuró S. E.; que se dirija al Director de Administracion, al Gobernador de la provincia ó al Nuncio... Lo que le diré á usted, dijo el P. Camorra, es que ese maestrillo es un filibusterillo descontento: ¡figúrense ustedes que el hereje propala que lo mismo se pudren los que se entierran con pompa que los que sin ella! ¡Algun día le voy á dar de cachetes!

Más lejos, encontré un cercado de piedras sueltas donde yacían, bajo unos arbustos, infinidad de cajas amarillas que los chinos abandonan sobre la tierra y donde se pudren los cadáveres. Me senté sobre una caja postrado de fatiga; mas un olor abominable flotaba en el aire, y al apoyarme sentí la sensación de un líquido viscoso que escurría por las hendiduras de las tablas. Quise huir.

Estos ingresos, visto el desamparo y la carencia absoluta de edificios públicos, prueba no se les da su verdadero destino; cierto es que á saliente de la plaza del pueblo se alzan los muros de una soberbia cárcel, pero ciertísimo es también que ya se han agotado no sabemos cuántos presupuestos, y que los muros siguen poco menos que en cimientos, que las maderas acopiadas se pudren y que los hierros y sillares desaparecen.

Pues ¿puede el rostro mudarse? 515 Pues ¿no se muda y altera, Mudando el traje, el semblante? Conde, Martín dice bien; Porque el varïar tan bien Da novedad á el amante. 520 De mi condición advierte Que me pudren las pinturas, Porque siempre las figuras Están de una misma suerte. ¿Qué es ver levantar la espada 525 En una tapicería Á un hombre, que en todo un día No ha dado una cuchillada?

Allí, la cruz que se alza entre la revuelta maleza que crece en el misterioso mundo de los muertos, recuerda la memoria de pasadas generaciones; las sombrías rejas del presidio, señalan en sus dobles hierros, la satisfacción que da á la tranquilidad individual, la pública vindicta; la campana que á la oración de la tarde, pesadamente dobla sus bronceados ecos, indica en la religión, el más allá que enseña el santo suelo sobre el que se eleva el pardusco torreón, á cuyos cimientos se aquilata la pequeñez de la vida, en la amarga verdad de una tumba que carcome el tiempo, y una cruz que pudren las aguas, únicos y miserables girones de los recuerdos, que cual el sér que cubrieron, bien pronto pasarán al polvo y al olvido.

Se requiere larga práctica y rara habilidad para preparar el trépang, porque basta un punto más o menos de hervor para echarlo a perder. El exceso de calor cubre de vejigas a las olutarias y las vuelve porosas como esponjas, y, por el contrario, la falta de calor suficiente les hace perder la consistencia, y entonces se pudren e inutilizan en pocas horas.

Voy a hablar de algunos de nuestros mosquitos más distinguidos. Conviene de vez en cuando sacudirse las moscas. Divídense en cuatro grandes familias a cual más perversa y endemoniada. La primera es la de los mosquitos sentimentales, que son los de apariencia más inofensiva, aunque en realidad haya motivo para guardarse bien de ellos. Tienen un zumbido dulce y quejumbroso, que al principio no molesta gran cosa, pero que llega a hacerse insoportable. De estos mosquitos, algunos empiezan a disgustarse de la vida así que entran a cursar la segunda enseñanza; salen generalmente suspensos en los exámenes, reciben innumerables coscorrones del jefe de la familia y se enamoran perdidamente y en secreto de una mujer de treinta años. Hasta aquí sus estragos no pasan del círculo de la familia; mas al llegar a los diez y seis años comienzan a hacer coplas amargas como la hiel, inspiradas por lo común en La desesperación de Espronceda, un estúpido y obsceno poema fabricado por algún estudiante de medicina para deshonrar el nombre del ilustre poeta. Estas coplas se escriben con lápiz mientras los papás se figuran que está allá en su cuarto enfrascado en el estudio, y sólo son admiradas de algún amigo discreto que recíprocamente presenta a su admiración otras coplas no menos amargas. Tal vez que otra estas coplas, que ruedan por los bolsillos de los pantalones hasta que se pudren, caen en manos de la mamá al tiempo de coser o acepillar la ropa: la mamá, claro es, no sabe lo que aquello significa, pero corre a mostrárselo al papá, ¡y aquí fue Troya!

Se llamaban, como va dicho, Santa María y San Pedro; su historia anda escrita en los cronicones de la Reconquista, y gloriosamente se pudren poco a poco víctimas de la humedad y hechas polvo por los siglos. En rededor de Santa María y de San Pedro hay esparcidas, por callejones y plazuelas casas solariegas, cuya mayor gloria sería poder proclamarse contemporáneas de los ruinosos templos.