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Al oírse llamar con nombre tan infamante, Zarapicos, que era un rapaz honrado, aunque pobre, no pudo contener el ímpetu de su ira, y echando la mano al cuello del insolente Majito, le derribó en tierra, diciendo: «¡Figuerero!..., ¡coles!, ¡te deslomo!». Pero el Majito supo reponerse, sacudirse, levantarse, y, una vez en pie, sus manos alzaron un canto tan grande como medio adoquín.

Cuentan que un viajero llegó un día a Caracas al anochecer, y sin sacudirse el polvo del camino, no preguntó dónde se comía ni se dormía, sino cómo se iba adonde estaba la estatua de Bolívar. Y cuentan que el viajero, solo con los árboles altos y olorosos de la plaza, lloraba frente a la estatua, que parecía que se movía, como un padre cuando se le acerca un hijo.

Si vamos al comedor así, me da mamá una tocata... ¡Recontra qué tocata! Miguel, con quien no había de ir el asunto, se contentó con sacudirse un poco el polvo. Mira, vamos al cuarto de Eulalia, al piso segundo, y allí nos podemos lavar... Yo con estas manos no voy al comedor. En efecto, las manos de Enrique en aquella sazón no estaban visibles.

Voy a hablar de algunos de nuestros mosquitos más distinguidos. Conviene de vez en cuando sacudirse las moscas. Divídense en cuatro grandes familias a cual más perversa y endemoniada. La primera es la de los mosquitos sentimentales, que son los de apariencia más inofensiva, aunque en realidad haya motivo para guardarse bien de ellos. Tienen un zumbido dulce y quejumbroso, que al principio no molesta gran cosa, pero que llega a hacerse insoportable. De estos mosquitos, algunos empiezan a disgustarse de la vida así que entran a cursar la segunda enseñanza; salen generalmente suspensos en los exámenes, reciben innumerables coscorrones del jefe de la familia y se enamoran perdidamente y en secreto de una mujer de treinta años. Hasta aquí sus estragos no pasan del círculo de la familia; mas al llegar a los diez y seis años comienzan a hacer coplas amargas como la hiel, inspiradas por lo común en La desesperación de Espronceda, un estúpido y obsceno poema fabricado por algún estudiante de medicina para deshonrar el nombre del ilustre poeta. Estas coplas se escriben con lápiz mientras los papás se figuran que está allá en su cuarto enfrascado en el estudio, y sólo son admiradas de algún amigo discreto que recíprocamente presenta a su admiración otras coplas no menos amargas. Tal vez que otra estas coplas, que ruedan por los bolsillos de los pantalones hasta que se pudren, caen en manos de la mamá al tiempo de coser o acepillar la ropa: la mamá, claro es, no sabe lo que aquello significa, pero corre a mostrárselo al papá, ¡y aquí fue Troya!

Al oír la campana, monsieur Jaccotot pareció sacudirse y despertar de un sueño... Dejó sobre la mesa el cuaderno... Sacó el pañuelo del bolsillo faldero del jaquet, pasóselo por la cara, guardolo de nuevo, y salió sin decir palabra... Era la primera vez, en sus doce años de enseñanza en el colegio, que se olvidaba de marcar la lección para la clase siguiente, antes de irse...

Concluida la polka, las parejas se deshicieron: las mozas, después de sacudirse las polleras para quitarles la tierra, tomaron asiento y comenzaron a torcer sus pañuelos, a sacarse mentiras o a alisarse el jopo, para dar ocupación a las manos, que ociosas les incomodaban, mientras los mozos volvían sonrientes a nuestras filas, de donde el bastonero los sacaba de uno a uno, para hacerles probar de cierta caña con cáscara de naranja, que tenía reservada para los preferidos.

Conocí la voz, retrocedí de un salto hasta la puerta, y vi que por la del salón avanzaba un bulto que lo mismo podía ser un jaral de la montaña, tal y como debían estar todos en aquellos instantes, que un hombrazo del calibre y los talares de don Sabas, porque venía nevado por la cabeza y por los hombros y por donde quiera que asomaba un relieve, por mínimo que fuera, en sus luengas y espidas vestiduras; y al andar y sacudirse de propio intento, arrojaba en el suelo la nieve en cascadas polvorosas, como cae de los matorros cuando los sacude y zarandea el cierzo enfurecido.

Al sacudirse, no sin comentar con algunas frases aquel rudimentario blanqueo de las paredes, hubo de tropezar con una de las vigas que sostenían la casa y pareció que toda la frágil fábrica se estremecía y que del techo caían pedazos de yeso, como si por entre las maderas superiores corriesen a paso de carga belicosos ejércitos de ratones.

Hasta de sus propios resabios trataba de sacudirse, se le figuraba que de sus fechorías más recientes le quedaban algunos en el estilo, y temía que por aquellas espumas se descubrieran, las pasadas tempestades. ¡Mujer más singular!

Tradújose esta disposición de ánimo en un sentimiento filantrópico, pues toda la calderilla que tenía la iba dando a los pobres que encontraba, que no eran pocos... Y anda que andarás, vino a hacerse la consideración de que no sentía malditas ganas de meterse en su casa. ¿Qué iba ella a hacer en su casa? Nada. Conveníale sacudirse, tomar el aire.