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Al encontrar el doctor varias veces á Jaramillo inmóvil en la puerta de su casa, mirando desde el otro lado de la cancela al famoso pájaro, le había hecho pasar para mostrárselo de cerca. ¡Qué joya! ¿eh?... decia con orgullo . Me cuesta más oro que pesa. Es una verdadera casualidad tener uno vivo.

Como no frecuentaba la alta sociedad ni podía asistir al teatro, para procurarse este placer necesitaba seguirla en la calle o en el paseo cuando no iba en coche. También averiguó que iba los domingos a misa de dos en los Jerónimos; allí la pudo contemplar con más espacio y sosiego. Había dado cuenta a su hermana del hallazgo, pero no hizo ningún esfuerzo para mostrárselo.

Después Su Majestad dijo que quería ver el decreto de la beneficencia que Feliú tenía preparado, porque estaba delante el obispo de León, y el Rey quería mostrárselo. Sacó del bolsillo su excelencia el manuscrito, y al mismo tiempo se le cayó un papel muy pequeño, sobre el cual Su Majestad, que es más ladino que Merlín, puso inmediatamente el pie.

Voy a hablar de algunos de nuestros mosquitos más distinguidos. Conviene de vez en cuando sacudirse las moscas. Divídense en cuatro grandes familias a cual más perversa y endemoniada. La primera es la de los mosquitos sentimentales, que son los de apariencia más inofensiva, aunque en realidad haya motivo para guardarse bien de ellos. Tienen un zumbido dulce y quejumbroso, que al principio no molesta gran cosa, pero que llega a hacerse insoportable. De estos mosquitos, algunos empiezan a disgustarse de la vida así que entran a cursar la segunda enseñanza; salen generalmente suspensos en los exámenes, reciben innumerables coscorrones del jefe de la familia y se enamoran perdidamente y en secreto de una mujer de treinta años. Hasta aquí sus estragos no pasan del círculo de la familia; mas al llegar a los diez y seis años comienzan a hacer coplas amargas como la hiel, inspiradas por lo común en La desesperación de Espronceda, un estúpido y obsceno poema fabricado por algún estudiante de medicina para deshonrar el nombre del ilustre poeta. Estas coplas se escriben con lápiz mientras los papás se figuran que está allá en su cuarto enfrascado en el estudio, y sólo son admiradas de algún amigo discreto que recíprocamente presenta a su admiración otras coplas no menos amargas. Tal vez que otra estas coplas, que ruedan por los bolsillos de los pantalones hasta que se pudren, caen en manos de la mamá al tiempo de coser o acepillar la ropa: la mamá, claro es, no sabe lo que aquello significa, pero corre a mostrárselo al papá, ¡y aquí fue Troya!

Llevaba ya tejido un buen principio a la hora en que Ramón volvía de la escuela. Deseó verle, mostrárselo y hacerlo su confidente esta vez más... Por eso pidió ella misma un nuevo descanso para que la llevasen al patio del servicio. La señora accedió, encantada. Estallando por hablar, en cuanto estuvo cerca de Ramón, le preguntó, con inusitada formalidad: ¿Tienes honor, Ramón?