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Los mosquitos y falenas, revividos por el crepúsculo, zumbaron en torno de estas flores de luz rojas y amarillas. Volvió á sonar la voz de ella en el ambiente crepuscular, con la misma vaguedad que si hablase en sueños.

El tren les hacía tanto caso como a una nube de mosquitos, y desapareció dejando atrás su humo y su ruido. Volviose a ordenar la hueste y siguieron marchando, con el Majito a la cabeza. ¡Ah! Todavía mandaba. Goza, goza del brillo de tu alta posición, que tiempo vendrá en que las grandezas se humillen y las altas torres se desplomen.

Los trabajos que se pasan en tan prolija navegacion por tantos rios, y en clima tan ardiente, bien se echa de ver que serán muchos y grandes; pero el mayor suele ser la continua guerra de los mosquitos que no cesan de molestar á todas horas. Situacion de Mattogroso.

Son los terribles mosquitos del Magdalena que hacen su temida aparición. No corre un hálito de aire, y es necesario buscar un refugio, a riesgo de sofocarse, contra aquellos animales, que en media hora más os postrarían bajo la fiebre. He ahí uno de los momentos de mayor sufrimiento.

Los soldados y los remeros cuelgan las hamacas de los árboles, y las cubren con una grande sábana, que por ambos lados llega hasta el suelo, la cual sirve para defender de la lluvia, y mas principalmente les sirve para defenderse de los mosquitos, de los cuales hay en aquellos rios increible multitud.

»Mas lo que se hacía insufrible era el no tener de día ni de noche treguas de las sangrientas molestias de infinitos mosquitos y tábanos de varias especies, molestísimos, cuyos aguijones nos desfiguraron sobremanera y nos duraron por mucho tiempo las señales.

Más serios y a su negocio, hozaban algunos cerdos en el estiércol, que escarbaban y picoteaban gallos y gallinas, mientras dos perros dormitaban, acosados por miles de mosquitos.

De este modo caía por tierra toda la doctrina del cura Rubín, el cual entendía tanto de amor como de herrar mosquitos. En resumen, que los sentimientos de la prójima hacia su marido futuro no habían cambiado en nada.

Para imaginarnos el aspecto de nuestra corriente de agua y los servicios para que la utilizaron nuestros antepasados en los tiempos de la barbarie primitiva, nos es preciso atravesar el Océano y desembarcar cerca de las costas del mar de las Antillas, en uno de esos bosques de Honduras, del Yucatán y el Mosquitos, donde los caribes y los zambos cortan la acacia, el cedro y el campeche.

Los mosquitos y moscones, las arañas, los cínifes y bichos de todo linaje no dejan un instante de atormentarle a uno con su zumbido cuando no con sus pinchazos. Excuso decir que me refiero a la nube de poetastros de todos sexos, edades y condiciones que, para escarmiento de pícaros, existe en la capital.