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, orgullo, porque creaciones tan fastuosas como esta, nos inspiran el sentimiento de la emulacion, casi de la envidia. ¡Cuántos hombres no escalarían la tierra, si pudiesen, para hallar luego un trono en este palacio! Aquí pensamos en el sitio de Troya, en Aquiles y Ulises, en Hector y Eneas; aquí no pensamos en Providencia, ni los ángeles, ni en bienaventuranza.

En las costas de Tenedos, las mujeres helénicas, con las cabelleras sueltas, arrojaban flores al mar en memoria de las víctimas, con un dolor teatral semejante al de las heroínas de la antigua Troya, cuyas murallas estaban enterradas en las colmas de enfrente.

Después de recorrer diversas islas griegas, desembarcó en Magnesia y en los campos de batalla de Troya, atravesó el Asia Menor hacia Brusa, ascendió al Olimpo de Bitynia, y contempló por vez primera á la suntuosa Byzancio.

Luego pensó: «¡Qué perturbación una hembra como ésta cayendo entre hombres que viven solos y trabajan!... Y aún ocurrirán tal vez cosas peores. ¡Quién sabe si acabaremos matándonos por su culpa!... ¡Quién sabe si esta Elena será igual á la Elena de Troya!...» ¿Otro matecito, comisario?

Porque yo me figuro, pongo por caso, que había de haber un sin número de cantos o narraciones populares sobre la guerra de Troya, y que sin duda algún sabio discreto desechó lo más y escogió lo menos y más hermoso, y, enlazándolo entre con artificio y orden, compuso los maravillosos poemas de la Ilíada y de la Odisea.

Estaba escrito, no obstante, que pocos días antes de salir el cuarto número de La Abeja estallaría una furiosa borrasca entre los campeones infatigables de la cultura patria. Las más grandes empresas, las obras más altas y portentosas pueden venir al suelo por livianos motivos. Troya pereció por los devaneos de un petimetre: La Abeja por una disquisición histórica.

Quedóse este anonadado, púsose Jacobo furioso, y el señor Pulido, sin fuerzas para enarbolar el dedo indicador, sin alientos para murmurar ¡lo dije! , enmudeció como Casandra a la vista de Troya destruida y Grecia triunfante.

Tropieza con Héctor; pero no pueden pelear, porque los dioses les echan de lado las lanzas. En el río era Aquiles como un gran delfín, y los troyanos se despedazaban al huirle, como los peces. De los muros le ruega a Héctor su padre viejo que no pelee con Aquiles: se lo ruega su madre. Aquiles llega: Héctor huye: tres veces le dan vuelta a Troya en los carros.

Pero ni De Pas ni Mesía estaban satisfechos. Los dos esperaban vencer, pero a ninguno se le acercaba la hora del triunfo. Esta mujer decía don Álvaro es peor que Troya. El remedio ha sido peor que la enfermedad pensaba don Fermín.

Todo Troya está en los muros, el padre mesándose con las dos manos la barba; la madre con los brazos tendidos, llorando y suplicando. Se para Héctor, y le habla a Aquiles antes de pelear, para que no se lleve su cuerpo muerto si lo vence. Aquiles quiere el cuerpo de Héctor, para quemarlo en los funerales de su amigo Patroclo. Pelean.