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Demostró, en voz cascada y lenta, pero impávido, primero: que era una superchería lo de que la demolición de la capilla pudiese proporcionar los recursos a que se refería el presidente; que no había en el edificio más sillares que los pequeñísimos y carcomidos de la puerta; que los ornamentos no valdrían, en subasta, dos pesetas, y que no llegarían a treinta reales las esculturas del pobrísimo y desmantelado altar.

La marina provenzal iba en ayuda de sus vecinos y el rey aragonés forzaba el puerto de Marsella, llevándose como trofeo las cadenas que cerraban su entrada. Ulises hacía gestos afirmativos. El rey navegante las había depositado en la catedral de Valencia. Su padrino el poeta se las había enseñado en una capilla gótica formando una guirnalda de hierro sobre los negros sillares.

Dicho acueducto, pertenece a la clase de los aparentes, está construido con grandes piedras sillares, la canal por donde va el agua está revestida interiormente de un cimiento muy duro, los arcos están sostenidos por seis pies derechos y sobre el punto de donde salen los pilares del segundo orden, hay grandes almohadillados que contribuyen a hacer mas admirable el acueducto y a dar mas solidez a la obra.

La había ceñido de altas torres almenadas y de fuertes y gruesos muros; había edificado, sobre gigantescos sillares, en la cumbre del monte Moria, donde fue el sacrificio de Abraham, el maravilloso y único templo del Dios único, y había coronado las alturas de Sion con inexpugnable ciudadela y con alcázar suntuoso.

Don Juan hizo ademán de querer sentarse en un banco, y miró a Cristeta para que también lo hiciese; mas ella movió la cabeza negando, y aproximándose a la fuente, se apoyó de espalda en los sillares del pilón.

En la misma parroquia de S. Andrés, arriba mencionada, hay una lápida, cuya inscripcion copiada á la letra con toda su bárbara sencillez dice así: FINO DON PERO PEREZ VILLAMMAR ALCALDE DEL REY EN CORDOBA EN DIEZ E SIETE DIAS DE FEBRERO. E. MCC DOYS FERIA SEXTA. MAESTRE DANIEL ME FECIT. DEUS LO BENDIGA. AMEN. Esta lápida, que corresponde al año de Cristo de 1164, está colocada en la haz del muro á la parte esterior junto á la portada de la iglesia, á unos cinco piés sobre el terreno que fué antiguo cementerio de la misma; y prueba dos cosas: 1.º que en 1164 y bajo el imperio de los almohades, aun duraba la grey mozárabe en Córdoba, con algunas de sus basílicas y con sus autoridades privativas; 2.º que la decoracion arquitectónica de esta parroquia es anterior á aquel tiempo, puesto que para colocar la lápida allí hubo que encajarla con gran trabajo en la sillería que acompaña á la portada, cortando hasta cuatro sillares á cincel y á boca de escoda; lo que seguramente no se hubiera hecho si aquella fachada fuera posterior al epitáfio.

Me pregunté alarmado qué nueva maldad meditaba aquel bribón. Le reírse con sorna, como solía, y le vi volver de cara al muro, dar un paso hacia , y luego, con gran sorpresa por mi parte, empezó a bajar por al muro mismo. Comprendí que en éste había peldaños, ya cortados en la piedra, ya clavados de trecho en trecho entre los sillares.

Los ingleses hicieron una carreterilla desde la mina al embarcadero, cosa de dos kilómetros, pero, por desgracia, en dirección contraria a la general del Estado; afianzaron un poco el ruinoso muelle con unos cuantos sillares y media docena de tablones, y eso hemos salido ganando.

Casi desde el ex-convento de Santo Domingo, empiezan a descubrirse perfectamente los antiguos muros, y en el Oriente de la ciudad, en su punto mas elevado, se levanta el Torreon de Ambeles, de arquitectura romana, de sillares de una magnitud regular: su figura es la de una estrella con sus ángulos interpolados, mas y menos salientes, que no llegan a la base: está abierto por la parte de la ciudad, y desde el centro de su elevación principia una escalera de caracol: según la tradición, fue el alcázar de la antigua fortaleza, teniendo vías subterráneas de comunicación con otros torreones y con el río Turia.

Detrás de ella lucía el retablo del altar mayor su majestuosa fábrica de un dorado suave y viejo: todo un mundo de figuras representando, bajo calados doseletes, las diversas escenas del drama de la Pasión. Entre el retablo y la verja, el oro parecía chorrear, resbalando por las blancas paredes, marcando con líneas deslumbrantes las junturas de los sillares.