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Las estanterías entreabiertas dejaban asomar legajos y protocolos en abundancia; por el suelo, en las dos sillas de baqueta, encima de la mesa, en el alféizar mismo de la enrejada ventana, había más papeles, más legajos, amarillentos, vetustos, carcomidos, arrugados y rotos; tanta papelería exhalaba un olor a humedad, a rancio, que cosquilleaba en la garganta desagradablemente.

Esta preeminencia, y alguna razón de arte, que se expondrá en sitio conveniente de este cuadro, me obligan á trazarle para que sepa el curioso lector qué fué de aquel castizo personaje desde que, en la apuntada solemne ocasión, se separó de él el último de los granujas que le habían rodeado, y solo y triste y refunfuñando, comenzó á subir lentamente los carcomidos é inseguros peldaños de la escalera de su casa.

Aquellos muros carcomidos por el tiempo evocaron en nuestra mente todo el grandioso pasado de los caballerescos siglos feudales. La raza que habita San Jacinto, es la india pura; hablan el visaya y sus moradores poseen todos los rasgos que caracterizan aquella. Son afables, fuertes y de facciones bastante buenas.

Para concluir, y en pro de este tipo tan popular en Santander, haré una ligera observación: de vástagos tan carcomidos y tortuosos son muy frecuentes aquí robustos y fructíferos troncos.

Demostró, en voz cascada y lenta, pero impávido, primero: que era una superchería lo de que la demolición de la capilla pudiese proporcionar los recursos a que se refería el presidente; que no había en el edificio más sillares que los pequeñísimos y carcomidos de la puerta; que los ornamentos no valdrían, en subasta, dos pesetas, y que no llegarían a treinta reales las esculturas del pobrísimo y desmantelado altar.

Se pasaban los meses y los años sin que la planta de un hombre imprimiese su huella en él. Los altos muros negros y carcomidos, que cerraban en semicírculo la playa, esparcían sobre ella silencio triste. Sólo el grito de algún pájaro marino, al cruzar de un peñasco a otro, turbaba la eterna y misteriosa plática del mar.

Estaba construida con botes viejos de conservas, que reemplazaban a los ladrillos; el techo era de latas de petróleo enrojecidas y oxidadas por la lluvia. Unos tablones carcomidos empotrados en la pared exterior servían de bancos. El «Ventorro de las Latas» era el punto de reunión de los dañadores antes de emprender la marcha. Comenzó a cerrar la noche.

En la época en que visitamos Magallanes no existía en aquel lugar de actividad más que soledad y compactas malezas que medio ocultaban los carcomidos pilotes que en otros tiempos sostuvieron las quillas de cientos de barcos.

La giba de estiércol, que formaba una cortina defensiva ante la barraca, creció rápidamente, y más allá amontonáronse centenares de ladrillos rotos, maderos carcomidos, puertas destrozadas, ventanas hechas astillas, todos los desperdicios de los derribos de la ciudad. Contempló con asombro la gente de la huerta la prontitud y buena maña de los laboriosos intrusos para arreglarse su vivienda.

El protector habíase convertido en protegido y todo el vetusto armatoste feudal vacilaba sobre sus carcomidos cimientos. De aquí las continuas quejas y murmuraciones del pueblo anglo-sajón, su descontento perenne, las asonadas locales, todo aquel malestar que culminó algunos años más tarde en el gran alzamiento de Tyler.