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»Amigos míos les dije, luego que tomaron asiento; recordarán que hace siete años, en igual época, éramos muy desgraciados; era el día que Carlos se separó de nosotros. », exclamó Carlos; día espantoso, día horrible. »Del que la suerte nos debe indemnizar proseguí diciendo; porque hasta el presente ha sido muy cruel para conmigo, y yo, Carlos, muy injusta para ti.

Entonces Bolívar, movido por causas poderosas, se separó de su ejército, dejándole en cuarteles de invierno, y se dirigió al Alto Perú con el fin de preparar los medios necesarios para cerrar la campaña y al propio tiempo organizar un buen gobierno en aquel pais.

Inmediatamente después, separó las manos sin que opusiera resistencia la cinta que las ataba, y cerrando ambos puños se frotó con ellos los ojos, como es costumbre en los niños al despertarse. Luego se incorporó con rápido movimiento, sin esfuerzo alguno, y mirando al techo, se echó á reir; pero su risa, sensible á la vista, no podía oirse.

Tal vez el desconocido sufría una equivocación. Así debía ser, á juzgar por la prontitud con que separó su mirada de la de Ferragut, alejándose apresuradamente. El capitán no dió importancia á este encuentro. Lo había olvidado ya al subir al tranvía, pero minutos después resurgió en su memoria, bajo una nueva luz.

Estos detalles los recuerdo perfectamente, pues quedaron grabados en mi imaginación de tal suerte que pudiera recitarlos con muy poca diferencia, tal como salieron de los labios de mi amigo. M. Virieu, no se separó de mi lado hasta que amaneció: llegada esta hora, se marchó a preparar lo necesario para mi partida a Mâcón. ¡Triste de !

Cuando este mismo sacerdote abrió los ojos y se separó de la cruzada criminal que había predicado, Facundo decía que nada más sentía que no haberlo a las manos para darle seiscientos azotes. Llegado a San Juan, los principales de la ciudad, los magistrados que no habían fugado; los sacerdotes, complacidos por aquel auxilio divino, salen a encontrarlo, y en una calle forman dos largas filas.

Separó los ojos del mar y los fijó en el sacristán, que corría delante silbando a su perro, que se escapaba detrás de unas gallinas. ¡Qué reverencia la de aquel hombre, llevando a su lado al Dios de los cielos, al Creador de todas las cosas! Y la carcajada subía del pecho cada vez con más ímpetu, llegaba a la garganta, tocaba en los labios, estaba a punto de estallar.

Adiós, don Francisco; estaba irritada contra vos y dolorida en el alma, y me separo contenta de vos y consolada. Adiós. Dorotea se separó de Quevedo y se alejó á buen paso. Llovía, y más de un transeunte se detuvo á mirar con asombro á aquella dama que parecía tan principal, y que en tal día andaba sin litera, pisando lodos.

El dolor la hacía rugir, había que darla frecuentes inyecciones, y los dos acudían solícitos a su cuidado. Varias veces se tropezaron sus manos al incorporar a Enriqueta, y no los separó una repulsión instintiva; antes bien, se ayudaban con efusión fraternal.

¡Hija, ten un poco de educación! añadió por lo bajo ásperamente, tratando al mismo tiempo de alargar la mano con disimulo para darle un pellizco corroborante. Presentación separó las piernas instantáneamente y soltó una carcajada que puso más nerviosa y más arrebatada a su mamá. Vivían ambas en constante guerra. Sus genios eran igualmente vivos.