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¿Quién va? preguntaron de adentro ásperamente. Levantó el pestillo sin contestar, y entró. Gonzalo, que estaba en pie en medio de la estancia, se puso rojo como una brasa al ver a su tío. Este le oprimió fuertemente contra su pecho. Las lágrimas corrieron abundantes por las mejillas del joven. Nadie le había visto llorar en aquellas críticas circunstancias.

Entonces comenzó para ésta una vida bien miserable. Tristán apenas le hablaba: algunas veces se sentaban a la mesa y se levantaban sin haber despegado los labios. Sólo se dirigía a ella alguna vez cuando necesitaba desahogar su mal humor para reprenderla ásperamente, para injuriarla también en ocasiones. La joven contestaba a estas violencias con lágrimas y sollozos.

Los codos de los unos, por secreto y fatal impulso, iban derechos a los ojos de los otros. El sujeto pasivo de tales caricias llevaba inmediatamente la mano al lugar del contacto, y solía exclamar ásperamente: «¡Bárbaro! ¡Ya podía usted...!» Pero un enérgico chiis chiis de la muchedumbre le obligaba a matar en flor su discurso. Y volvía a imperar el silencio.

Desde el primer día, Clementina le había tuteado a solas, acostumbrada a aquellas transiciones y conciertos secretos de mujer galante, que ahora favorecía la diferencia de edad. Raimundo no podía acostumbrarse a darla el . Hacía esfuerzos por conseguirlo; pero a lo mejor volvía al usted y seguía la plática tratándola de este modo, hasta que la dama se irritaba y le reprendía ásperamente.

Los caballos partieron a escape, haciendo bailar el coche ásperamente por encima del empedrado desigual de la villa. Gonzalo no advirtió siquiera aquel movimiento que le sacudía rudamente las visceras, ni el tránsito a la carretera al dejar la población. Toda su atención estaba fija, concentrada en un punto. ¿Sería verdad, o no?

No se la comerán los lobos respondió ásperamente. "¡Malísimo!" tornó a decirse Emilio. En efecto, Irenita dirigiendo ojeadas de temor y ansiedad a su mamá y su marido, se metió sola en su berlina, mientras ellos subían a la de la primera.

Hombres jóvenes se movían entre las mujeres en torno de la mesa con una brusquedad hostil; disputaban con ellas ásperamente, tratándolas como á enemigos. Las mujeres perdían de golpe su frescura y su gracia: se masculinizaban contemplando las filas de naipes del «treinta y cuarenta» ó el volteo loco de la rueda de colores.

La noche, pues, del Jueves Santo, después de haber oído un fervorosísimo sermón de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, se visten un hábito acomodado á la tristeza de aquel santo tiempo; y para imitar al Redentor penando, llevan algunos á cuestas cruces muy pesadas; otros se ciñen de agudas espinas la cabeza; quién atadas atrás la manos, va arrastrado por tierra; quién derecho con los brazos extendidos en forma de cruz, los más se azotan ásperamente con terribles disciplinas; cierra la procesión una tropa de niños que de dos en dos llevan los instrumentos de la Pasión del Señor.

No he hallado nada en él de malo... Solamente que pienso que no acaba de entenderme concluyó por manifestar, viéndose apretada. Todo ministro del Señor repuso ásperamente el P. Gil entiende lo que es pecado, y esto basta. Pero la confesión que siguió, larga, sincera, fervorosa, regada más de una vez por las lágrimas, hizo cambiar la disposición del clérigo.

El perro que lleva a su lado parece confirmarlo, dado que los perros son los encargados de la guarda del ganado. De todos modos, ya nos informaremos de los vecinos más viejos. Por más que hablasen bajo, aquel coloquio en el momento de celebrarse el santo sacrificio de la misa estaba escandalizando a una vieja, que al fin les reprendió ásperamente y les obligó a guardar silencio.