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Ni una leve ondulación había turbado la tranquila superficie del lago de aquel día, ni una sombra había venido a oscuraecer los perdurables recuerdos que debía dejar en su memoria. Leoville entró en su casa, casi asustado de tanta dicha, tratando vanamente de adivinar de dónde podría venir la primera nube capaz de empañar el cielo radiante de su felicidad.

Por eso adopté un temperamento anodino que ni alcanzó a levantar sus abatidos ánimos, ni siquiera a disfrazarle los aprietos en que me puso con su pregunta. Todo ello repuso el buen señor, tratando de hacer un pinito de cháchara que no le salía bien , es decir por decir.

Ponga el chocolate ahí dijo a Sabel. Mientras la moza ejecutaba esta orden, Julián alzaba los ojos al techo y los bajaba al piso, y tosía, tratando de buscar una fórmula, un modo discreto de explicarse. ¿Hace mucho que no duerme en este cuarto el señor abad? Poco.... Hará dos semanas que bajó a la parroquia. Ah.... Por eso.... Esto está algo... sucio, ¿no le parece?

Más habló el Magistral para exponer el plan de vida devota a que había de entregarse en cuerpo y alma su amiga desde el día siguiente, y terminó tratando con detenimiento especial la cuestión de las lecturas. Recomendó particularmente la vida de algunos santos y las obras de Santa Teresa y algunos místicos.

Pero de un peligro caíamos en otro, y cuanto más apretábamos el paso, mayores prodigios arquitectónicos nos salían al camino tratando de detenernos.....

Por eso el que entienda bien las reglas que hemos propuesto, tratando de la formacion de los sylogismos, sabrá los fundamentos con que ha de desenredar todos los sofismas, mayormente si descendiendo á lo particular advierte las varias maneras capciosas, y engañadoras que hay de sylogizar, ya por el mal uso de las palabras, ya por la mala inteligencia, y aplicacion de las cosas.

El Príncipe, que continúa tratando á la dama, aunque ignora todavía si se ha celebrado ó no el casamiento, lleno de ira al saber que no se han cumplido sus órdenes, encarga á Don Jaime, amigo de Don Juan, que lo mate.

Esto no le hacía maldita gracia a Fortunata, porque... «si al otro le da la gana de pasar también esta tarde y Maxi le ve, se va a excitar mucho». Por tal motivo estuvo muy inquieta, y a cada instante se asomaba y volvía para adentro, tratando de que su marido se pusiese en otra parte. Pero al otro no le dio la gana de pasar aquella tarde.

Blanca no consentirá en casarse con el primero que se presente; quiere un marido... Que se parezca a ti; lo dice muy alto. Fue esto dicho negligentemente y sin la menor intención aparente, pero el tiro había dado en el blanco. Raúl aguzó el oído, y dijo tratando de leer en el pensamiento de su madre: ¿Decididamente, no tienes ninguna idea?

¡El demonio del capellanzote!... ¡Si pensará que está tratando con alguna pendanga!... ¡Sucio! ¡sucio! ¡suciote!... Ya se lo diré a tu madre, que cree que tiene un santo en casa... ¡Anda, anda con el santo! ¡No, las misas que digas que me las claven aquí!