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La Marquesa de Vegallana se levantaba más tarde si llovía más; en su lecho blindado contra los más recios ataques del frío, disfrutaba deleites que ella no sabía explicar, leyendo, bien arropada, novelas de viajes al polo, de cazas de osos, y otras que tenían su acción en Rusia o en la Alemania del Norte por lo menos.

Las tardes, sobre todo, las dedicaba enteras a don Mariano y su hija, saliendo con ellos de paseo cuando hacía buen tiempo, y permaneciendo en casa cuando llovía. Algunas veces iba también por la mañana y entonces don Mariano solía invitarle a comer.

Sancho se puso tras su asno, y con él se defendía de la nube y pedrisco que sobre entrambos llovía.

A pesar de que estaba asendereado y molido, de que llovía, de que el terreno estaba resbaladizo, de que hay una gran distancia desde el convento de Atocha á palacio, Montiño recorrió aquella distancia en pocos minutos. Cuando estuvo en la puerta de las Meninas, se abalanzó por las escaleras más próximas y subió á saltos los peldaños. Cuando llegó á su puerta, llamó. Nadie le contestó.

Don Quijote, que se vio libre, acudió a subirse sobre el cabrero; el cual, lleno de sangre el rostro, molido a coces de Sancho, andaba buscando a gatas algún cuchillo de la mesa para hacer alguna sanguinolenta venganza, pero estorbábanselo el canónigo y el cura; mas el barbero hizo de suerte que el cabrero cogió debajo de a don Quijote, sobre el cual llovió tanto número de mojicones, que del rostro del pobre caballero llovía tanta sangre como del suyo.

Igual fué también la alegría del P. Miguel que veía ya logrados los sudores del P. Zea, que con tantos trabajos había empezado á plantar aquella viña, y para su fecundidad le llovía del cielo copiosas bendiciones.

Cuando llovía en las montañas de Aragón, un líquido terroso desaguaba en el golfo, tiñendo las olas de encarnado y las espumas de amarillo. Además, le era imposible entregarse al placer diario de la natación. Una mañana de invierno, al empezar á desnudarse en la playa, la gente corrió como atraída por un fenómeno. El pescado del golfo tenía para él un sabor insoportable á légamo.

A la bayoneta! «El coronel nos gritaba, «Y sin miedo nos llevaba «A la boca del cañon. «Al brazo el arma llevaba, «Metralla y bala llovia, «Y entonces yo no pedia «Una limosna por Dios! «Cuantas veces en los Andes «Al venir la madrugada, «En medio de una nevada «Mi bigote emblanqueció. «Hoy la nieve de los años «Mi cabello ha encanecido, «Y estiendo la mano y pido «Una limosna por Dios!

Ibamos escalando el monte, deprisa, huyendo del agua. Llovía cada vez más fuerte, cuando llegamos cerca de la cueva de la Egan-suguia. Entremos aquí dijo Mary, que, después de las lágrimas, había quedado sonriente y de buen humor. Ahí, mi querida Mary le dije yo , hay, según dicen, una gran serpiente con alas, con garras de buitre y cara de mujer, que se llama Egan-suguia. ¿Y qué hace?

Llovía, y el criado que hasta allí había conducido la litera, abrió un enorme paraguas, y luego la portezuela; Dorotea salió, y cubierta con el paraguas, salvó de un salto, sobre las puntas de los pies, y la ancha falda recogida con suma coquetería, el espacio enlodado de la entrada, y ganó la parte seca del interior.