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Salomé separó á Clara con un ademán desdeñoso del lecho de su prima, diciendo: Nuestra paciencia nos va á perder. Cuidado, Paz, que somos demasiado condescendientes. ¿Cómo es que está todavía aquí esta mujer? Al momento á la calle. Vamos, pronto dijo Paz. Recoja usted sus bártulos, y al momento. Haga usted un lío de su ropa.

Salieron ambos, y el contrabandista, torciendo a la izquierda, se dirigió hacia la cortadura, que formaba una especie de salidizo sobre el Valtin, a doscientos pies de altura. Separó con la mano las hojas de una encinilla que había arraigado por debajo, alargó la pierna y desapareció como si se hubiera arrojado al abismo.

Yo me muero de pena exclamó el buen profesor con lastimosos aspavientos . ¿Dónde estarán esas dos niñas? El gentío las separó de nosotros por casualidad... ¿qué digo casualidad? El demonio ha andado aquí. Yo subiré con esta madamita a la tribuna pública, y veremos si están o no están aquí.

Siguió subiendo los peldaños, sin recatarse, sin temblar cual otras veces; como el señor que ha estado ausente mucho tiempo y entra arrogante en la casa que es suya. Dice usted bien, Andrés. Rafael no es mi hijo; me lo han cambiado. Esa perdida ha hecho de él otro hombre. Peor, mil veces peor que su padre. Loco por esa mujer; capaz de pasar por encima de si le separo de ella.

Raúl soltó una exclamación que nada tenía de satisfecha, y con las cejas fruncidas y la expresión dura y descontenta, separó casi rudamente a la pobre mujer. ¡No nos faltaba más que esto! masculló el joven entre dientes. Prodújose un penoso silencio.

Este me decía la doncella, haciendo un ramillete será el último.... ¿Quién asegura que nos volvamos a ver? ¿Quién me asegura que volveré a esta casa, donde he pasado los días más felices de mi vida? Me separo de , y no me sorprende la separación. Así la esperé, así la temí, no sólo porque debía yo volver al lado de mi papá, sino porque desde niña me persigue la desgracia.

Y de nuevo trató de abrazarle la infeliz. Doña Rebeca la separó del caballero con aspereza, diciéndole: ¡Qué padre ni qué ocho cuartos! El de Luzmela abrió entonces los ojos inmensamente, con tal expresión desesperada y colérica, que la señora echó a correr, mientras la niña, vacilante, caía de rodillas, suplicando: ¡Dios mío, Dios mío!

«Nos separaremos como amigos dijo Santa Cruz tomándole una mano, que ella separó prontamente , y me retiro dándote un buen consejo». ¿Cuál? preguntó ella más airada que dolorida. Que te unas... que procures unirte otra vez con tu marido. ¡Yo...! exclamó la señora de Rubín con indecible terror . ¡Después de...! Ya te serenarás, hija. ¡El tiempo! ¿Sabes los milagros que ese señor hace?

En seguida se separó de ella, dejándola confusa y asustada, como mujer a quien acaban de sorprender cometiendo un delito. El pecado, la condenación, la impiedad, habían sonado en sus oídos a modo de palabras vacías de sentido; las amonestaciones de un Bossuet no hubiesen ejercido en ella más imperio.

Luego se pasó la mano por la frente como si hubiera querido arrancarse un pensamiento horrible, y haciendo un poderoso esfuerzo se separó de la mesa á la que parecía retenida por una influencia fatal. Don Juan estará esperando dijo al bufón. ¡Oh! ¡no piensas más que en él! dijo el tío Manolillo sin detenerse en su paseo. , , es verdad; quiero verle cuanto antes; quiero concluir; id por él.