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Don Valentín, al oírse llamar amigo tan blandamente y por una voz conocida y simpática, no se pudo contener; no reflexionó, se dejó llevar del primer ímpetu cariñoso y se fué hacia D. Fadrique con los brazos abiertos.

A ambos lados del camino, entre la espesa vegetación que cubre la falda de la montaña, y allá en el fondo del profundo valle hacia el que bajamos en cigzac, empieza a oírse esa sinfonía peculiar de la región tórrida, a la que nuestros oídos se habían deshabituado en la altura.

Cuando hablaba, se le oía con gusto, y él gustaba también de oírse, porque recorría con las miradas el rostro de sus oyentes para sorprender el efecto que en ellos producía. Su lenguaje habíase adaptado al estilo político creado entre nosotros por la prensa y la tribuna.

Volvieron a oirse los pasos de los que le perseguían. No se van pensó. Efectivamente, no sólo no se fueron, sino que llamaron en la casa con dos aldabonazos. Apareció de nuevo la vieja con un farol y se puso al habla con los de fuera sin abrir. ¿Ha entrado aquí algún hombre? preguntó uno de los perseguidores. No. ¿Quiere usted verlo bien? Somos de la ronda. Aquí no hay nadie.

En la noche convenida, cuando cesó de oírse el ruido leve de sus pasos vigilantes, las tres muchachas se juntaron en medio del salón. Temblaban de miedo. Se acercaron cautelosamente a la celdilla grande, cuchicheando. Un hilo amarillento rayaba la juntura del cortinaje; pero la hermana Casilda dormía toda la noche con luz. ¿Por qué no vas a ver? dijo Adriana a una de sus compañeras.

Otro de sus asombros había sido oírse llamar con un nombre que no era el suyo. ¿Quién podía ser aquel Ricardo?... Pero en la hora de dulces y soñolientas explicaciones que siguen a las de locura y olvido, ella le había hablado de la impresión que sintió en Bayreuth al verle por primera vez entre las mil cabezas que llenaban el teatro. ¡Era él... él, como le representaban sus retratos de joven!

Le suplico, miss Margaret dijo Edwin , que calle un momento y me deje pensar. Al oirse llamar así, creyó Popito que verdaderamente sus lamentos distraían al gigante, y permaneció silenciosa. Por un fenómeno mental debido á la influencia irresistible de su egoísmo, Gillespie empezó á pensar, contra su voluntad, en el antiguo traductor convertido en guerrero.

Tuvieron que hacer memoria para contestar: sólo doña Manuela quiso responder en seguida. San Justo... y la Concepción Jerónima... y... Más cerca está San Isidro decía Leocadia. ¿En cuál de ellas oís misa? Nadie repuso. Vais indistintamente a cualquiera, ¿eh? Pues eso no es bueno. La misa debe oírse siempre en el mismo templo, y si es posible en el mismo altar y dicha por el mismo sacerdote.

Muchas veces, cuando reinaba aquel silencio de biblioteca, en que parecía oírse el ruido de la elaboración cerebral de los sesudos lectores, de repente un estrépito de terremoto hacía temblar el piso y los cristales. Los socios antiguos no hacían caso, ni levantaban los ojos; los nuevos, espantados, miraban al techo y a las paredes esperando ver desmoronarse el edificio.... No era eso.

Sonrió al oírse llamar de aquel modo tan nuevo y perdóneme la memoria de un corazón irreprochable, incapaz de doblez ni de traición su sonrisa, sin que ella lo advirtiera, tenía significado tan cruel que acabó de desconcertarme. Se inclinó hacia ... y no ni lo que le dije ni lo que dijo ella: vi sus ojos rebosantes de dulzura cerca de los míos... Luego todo dejó de ser inteligible para .