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Por el patrón supe que se levantaban con estrellas e iban a la iglesia a oír la misa de alba y hacer sus oraciones: después bebían el agua y se retiraban a sus aposentos. Sólo una que otra vez tornaban al manantial antes de almorzar. No por qué me molestó un poco no haberlas tropezado; tal vez por ser las únicas personas que allí conocía.

Mientras en la Europa bárbara de los francos, los anglonormandos y los germanos el pueblo vivía en chozas y los reyes y barones anidaban en castillos de rocas ennegrecidos por las hogueras, comidos por parásitos, vestidos de estameña y alimentados como los hombres prehistóricos, los árabes españoles levantaban sus fantásticos alcázares, y, como los refinados de la antigua Roma, reuníanse en los baños para conversar sobre cuestiones científicas o literarias.

En Mendoza levantaban un ejército los unitarios, que se habían apoderado del Gobierno; Tucumán y Salta estaban al Norte, y al Oriente Córdoba, la Tablada y Paz; estaba, pues, cercado, y una batida general podía, al fin, empacar al Tigre de los Llanos.

Apenas Roberto hubo pasado la puerta de la ciudad, notó que a su paso la gente lo trataba de manera enteramente singular. Los unos lo evitaban, los otros levantaban su gorra con ademán torpe, y tan pronto como podían, decentemente, se alejaban de él.

Ya Mariana, en su Liber de spectaculis, impreso en 1609, dice que el número de los cómicos se había aumentado en los últimos veinte años de un modo extraordinario, y que crecía por momentos, de la misma suerte que los teatros, que se levantaban en todas las poblaciones de la Península, y como sucedía también con la afición á las representaciones dramáticas, tan general en toda la nación, que las personas de todos los sexos, edad y clase, sin exceptuar clérigos ni frailes, se precipitaban á porfía en los teatros.

Al subir la rampa del puente del Real tuvieron que apartarse del borde de la acera, limpiándose con los pañuelos de blonda el polvo que levantaban las ruedas de un carruajillo descubierto que corría con velocidad insolente, arrollándolo todo. Era la última sorpresa.

Los dragones, revólver en mano, tenían que apelar á la amenaza para reanimarlos. Sólo la certeza de que el enemigo estaba cerca y podía hacerles prisioneros les infundía un vigor momentáneo. Y se levantaban tambaleantes, arrastrando las piernas, apoyándose en el fusil como si fuese un bastón.

¿Qué hago yo aquí? se dijo . No parece sino que uno de estos gallegos me va a prestar cinco mil reales por mi cara bonita . Los barrenderos levantaban nubes de polvo que un sol anaranjado teñía del mismo color de la niebla que se arrastraba sobre los tejados. Pues lo que es uno de estos señores de escoba tampoco creo yo que me lo que necesito. ¿Qué hago yo aquí?

Los serenos que dormitaban en las esquinas, sentados cerca de su linterna, se levantaban al oir el paso de los caballos, saludaban, y se iban a lo largo de las aceras perezosos y distraídos.... Los faroles mortecinos brillaban de trecho en trecho con luz rojiza en la obscuridad de las calles, como cirios en funeraria pompa. Unos cuantos minutos y estaría yo a la cabecera de la enferma.

Fué tanto el alarido y vocería Que los indios entonces levantaban, Que el mundo parecía se hundìa Y las cosas ya todas se acababan. En tanto este negocio sucedía. Los tristes zaratinos lo pasaban Allá en nuestro Argentino de tal suerte, Que el mal allí menor era la muerte.