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En el momento en que la comitiva, con los novios á la cabeza, desembocaba ante la verja completamente abierta, todos los curiosos de la aldea, agrupados cerca del pabellón del jardinero, prorrumpieron en tan descompasados gritos, y los petardos, prendidos por el cochero, estallaron con tal estrépito, que todos los pájaros que anidaban en el ramaje volaron espantados.

Su aspecto, su ademán, todo en ella denunciaba la completa enajenación del ánimo, y su mirada se perdía en dulcísimas lejanías, llenas de ensueños peregrinos. En un ser concentró todos sus anhelos, todas las vagas aspiraciones de su alma candorosa y primitiva, complaciéndose en adornarlo con las perfecciones y bellezas que en la suya propia se anidaban.

El amor, que es la vida misma, no muere, se traslada. ¿Por ventura las golondrinas que vienen a anidar en los balcones de la Córdoba actual no aman como las que anidaban en la Córdoba antigua? ¿Y dentro de aquel montón, oscuro y melancólico, de casas no hay risas, no hay suspiros, no se vierten lágrimas de amor?

A la sombra de un naranjo, el único crecido y frondoso, en cuya copa anidaban bulliciosos pajarillos, pasaba yo la mañana.

Mientras en la Europa bárbara de los francos, los anglonormandos y los germanos el pueblo vivía en chozas y los reyes y barones anidaban en castillos de rocas ennegrecidos por las hogueras, comidos por parásitos, vestidos de estameña y alimentados como los hombres prehistóricos, los árabes españoles levantaban sus fantásticos alcázares, y, como los refinados de la antigua Roma, reuníanse en los baños para conversar sobre cuestiones científicas o literarias.

Los balcones estaban adornados con antiguas colgaduras de sólidos colores, las bocacalles vomitaban sin cesar nuevos grupos en el compacto gentío, y los pájaros que anidaban en los árboles del Mercado huían ante la granujería que, montada en las ramas, silbaba y gritaba a los de abajo, con la confianza del que está en su propia casa.

Aquellos oficiales de calzón blanco y peto rojo, que con la espada al costado y el bicornio sobre el muslo escoltaban a Dios, tenían sin duda noticias de su existencia; alguno habría oído hablar de él, y tal vez guardaba su nombre en la memoria como el de un enemigo de la sociedad. ¡Y el réprobo repelido por todos, refugiado en un hueco de la catedral, como las aves aventureras que anidaban en sus bóvedas, era el que guiaba el paso de Dios por las calles de la religiosa ciudad...!

Cayó en la habitación el manto de la noche sin estrellas ni luna, y el listón desprendido de la cornisa golpeó en el cristal con lento soniquete.... En el palacio de Luzmela anidaban el dolor y la zozobra, en ayuntamiento infeliz.

Aquel semblante pálido y moreno, tan moreno y tan pálido que parecía una gran aceituna; aquella brevedad de la nariz contrastando con el grandor agraciado de la boca, cuyos dientes blanquísimos estaban siempre de manifiesto; aquella ceja ancha, tan negra y espesa que parecía cinta de terciopelo, y aquellos ojos garzos donde anidaban traidoras todas las malicias y toda la ironía del mundo; aquella fealdad graciosa, aquella desenvoltura de maneras, aquel abandono en el vestir, y, por último, la desenfadada manera de insinuarse, pregonaban, sin dejar lugar a dudas, a Augustito Miquis, el hijo de D. Pedro Miquis, el del Tomelloso.

Luisa amaba con pasión el campo, los jardines y las flores. Al llegar la primavera, los primeros cantos de la alondra le hacían derramar lágrimas de ternura. Luisa iba a ver brotar los azulejos y las espinas tras los zarzales del monte, y espiaba la vuelta de las golondrinas que anidaban en un ángulo de la ventana de su buhardilla.