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Lo mismo la tienda de Graells que la de la Morana y el Saloncillo, se transformaban al llegar la noche en verdaderos arsenales. Cada uno de los que iban llegando dejaba arrimadas a la pared sus armas y pertrechos de guerra. Al salir tornaban a empuñarlas con un valor impávido, digno de la sangre cántabra que casi todos llevaban en las venas.

Y al mismo tiempo versos improvisaba, de los cuales el sujeto era ¿ni cómo podía ser otro? aquella adorada hermosa; y tal vez por un enternecimiento de amor expresado en un concepto poético que en su imaginación nacía y moría, asomaba una lágrima a sus ojos, que de bravos se tornaban en enamorados.

La clase acomodada, muy numerosa en proporción de la pequeñez de todo el vecindario, era lo suficiente ilustrada para hacer agradabilísimo su trato, sin el refinamiento que hoy distingue á la culta sociedad, con grave deterioro de los puros y santos afectos; y aunque los hijos de estas familias salían á las universidades y viajaban, llevando siempre consigo tan bello recuerdo de la madre patria, cuando á ella tornaban deponían de buen grado los resabios adquiridos en el mundo, y volvían á ser sencillos comillanos.

Al terminar el silbido, se le figuró que la cama se levantaba por la parte de los pies. La cabeza se le iba hundiendo. Veía sus pies allá arriba. Esto le produjo fuerte congoja. Dió un gran suspiro, y los pies volvieron a su nivel. Mas en seguida tornaban poco a poco a levantarse y la cabeza a hundirse. Era necesario dar grandes suspiros para restablecerlos en su sitio.

Después las notas se precipitaban, límpidas, luminosas, con algo de ansiedad, y en el aire se iba formando una idea musical, pura, serena y como desasida de su mismo origen sonoro. Las límpidas notas, súbitamente contenidas, tornaban en dulce murmullo. Ahora el motivo era un alma, con la palpitación del ritmo pugnaba por subir, vacilante, a las regiones inefables.

Ofrecía, por la estación en que nos hallamos, un tono amarillo que los rayos del sol tornaban brillante y dorado. Los castañares y los bosques de hayas, con su follaje gualdo y verde, semejaban grandes telas de brocado extendidas sobre los collados y las montañas. Los blancos caseríos colgados aquí y allá, unos enfrente de otros, se enviaban un saludo matinal.

En su propio suelo, en el de los aliados, tal vez en Oriente, y ahora tornaban otra vez á la tierra de sus primeros combates. Cuando creían haberlo hecho todo, se enteraban de que aún no habían hecho nada. En el tejer y destejer de la guerra, era preciso empezar otra vez. Cuatro años antes se imaginaban haber decidido el triunfo en las riberas del Marne, y ahora volvían de nuevo al Marne.

En un fuerte la gente recogida, Porque de esta traicion tienen aviso, De todo lo posible guarnecida, Salió el indio que estaba ya arrepiso. De humos gran señal ha parecido El rio arriba, y luego de improviso Los indios que en la gente dar pensaban, Con gran priesa á su isla se tornaban.

Por el patrón supe que se levantaban con estrellas e iban a la iglesia a oír la misa de alba y hacer sus oraciones: después bebían el agua y se retiraban a sus aposentos. Sólo una que otra vez tornaban al manantial antes de almorzar. No por qué me molestó un poco no haberlas tropezado; tal vez por ser las únicas personas que allí conocía.

Sonaban penosos ronquidos, respiraciones jadeantes, cortando con su estertor animal el augusto silencio de la tarde. Parecía recogerse el mar, adormecido igualmente, sin otro rumor que el del roce de sus espumas en los flancos del navío. Un crujir de pasos sobre la madera hacía entreabrir algunos ojos, que tornaban a cerrarse apenas se alejaba el paseante importuno.