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Ya Mariana, en su Liber de spectaculis, impreso en 1609, dice que el número de los cómicos se había aumentado en los últimos veinte años de un modo extraordinario, y que crecía por momentos, de la misma suerte que los teatros, que se levantaban en todas las poblaciones de la Península, y como sucedía también con la afición á las representaciones dramáticas, tan general en toda la nación, que las personas de todos los sexos, edad y clase, sin exceptuar clérigos ni frailes, se precipitaban á porfía en los teatros.

Algunos brillantes caballeros que se dirigían á la morada del príncipe cruzaban la plaza á intervalos, separando con dificultad los grupos de hombres, mujeres y chiquillos que se precipitaban á su paso.

Rosalía y D. Manuel, influidos favorablemente por la gala de la vegetación, la frescura del aire y el picor del sol de Mayo, se reverdecían, y a ratos casi eran tan chiquillos como los chiquillos, es decir, que charlaban atolondradamente, y su andar no era siempre todo lo mesurado que corresponde a personas graves, pues ya lo precipitaban, ya lo contenían más de la cuenta, mientras los niños jugaban al escondite entre las espesas matas.

El agua batía la peña donde se hallaban, salpicándoles de espuma y entrando y saliendo sin cesar en las profundas concavidades de la roca, que parecía hueca como un edificio. Las corrientes que se precipitaban por ellas despertaban en su seno extraños y confusos rumores, que unas veces semejaban los ecos lejanos de un trueno, otras los ronquidos profundos de un órgano.

Cuando hubo arrancado el tren, corrió la ventanilla, para evitar el aire frío, y al través del cristal, que se humedecía con su aliento, se puso a mirar el paisaje. La inacabable llanura verde comenzaba a cubrirse con un ligero esplendor de oro. Hileras de álamos surgían y se precipitaban al paso del tren.

Bajaban de las montañas; surgían de los barrancos; salían de los bosques; corrían por las llanuras, y se precipitaban en tropel por los «callejones». Tímidas y cautelosas se detenían allí, un instante nada más, y luego avanzaban presurosas hacia la plaza.

A las siete de la tarde, mientras el sol se iba ocultando en el horizonte, comenzaban a oírse hacia el Sur los primeros truenos, y algún que otro relámpago iluminaba aquella masa de vapores. El viento arreció de pronto, silbando entre la arboladura de la nave y levantando las olas, que se precipitaban unas sobre otras con roncos mugidos.

Lo que más le confundía era la extraña rapidez, la fatal impaciencia con que se precipitaban sobre él tantas contrariedades, tantas amarguras, que no le daban tiempo para buscar aliento y esperanza en su inteligencia y en su corazón. Entró en la casa, y subió lentamente la escalera de la casa del siglo décimoctavo.

Como el viento era flojo, los barcos de diversa andadura y la tripulación poco diestra, la nueva línea no pudo formarse ni con rapidez ni con precisión: unos navíos andaban muy a prisa y se precipitaban sobre el delantero; otros marchaban poco, rezagándose, o se desviaban, dejando un gran claro que rompía la línea, antes de que el enemigo se tomase el trabajo de hacerlo.

Tan pronto, virando en redondo y cubriéndose repentinamente de banderolas y paveses de mil colores, corría al encuentro de sus perseguidores. Estos se separaban inmediatamente para tomarla entre dos fuegos, y se precipitaban activamente al combate.