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Fué tanto el alarido y vocería Que los indios entonces levantaban, Que el mundo parecía se hundìa Y las cosas ya todas se acababan. En tanto este negocio sucedía. Los tristes zaratinos lo pasaban Allá en nuestro Argentino de tal suerte, Que el mal allí menor era la muerte.

Mientras a lo largo del camino se hundía su imaginación en el recuerdo del pasado y revivía los tiempos de Val-Clavin, no creía que se le hubiese tan completamente olvidado, ni esperaba que se le tratase como a un extraño... Esto le puso profundamente melancólico y con gesto displicente se sentó ante su mesa solitaria.

Y por estilo semejante, el P. Enrique, que a penas se fijaba en la belleza y elegancia del cuerpo y rostro de doña Luz, ni en la distinción de sus modales, ni en el reposado y majestuoso continente de toda su persona, hundía la mirada a través de estas prendas corporales y exteriores, y llegaba al alma, donde resplandecía un mundo de pensamientos, que eran los suyos propios, pero mil veces más bellos, reflejados por doña Luz, que tales como ellos eran.

, pobre niño, ¿qué puedes saber?... ¿qué convicciones puedes tener? No sabes otra cosa más que las falsedades leídas en cuatro libros que debieran arder en llamas alimentadas con los huesos de sus autores. A cada palabra se hundía más Lázaro. ¿Será posible dijo con desconsuelo, que usted me pueda arrancar mis creencias, que yo he alimentado con tanto cariño y que me dan la vida?

Todo es, pues, una pura representación. El instinto le obligó a buscar con anhelo tierra firme; pero cuanto más se esforzaba en levantar los pies, más se hundía, a imagen de los incautos que penetran en un terreno pantanoso. Alzábase repentinamente y quería apoyarse en esas nociones firmísimas que jamás han faltado al entendimiento humano, en las nociones de Tiempo y Espacio.

Poco después, entreabrió lentamente la boca, y una sola sílaba, pronunciada con fuerza, como por otro ser invisible, una sílaba que era todo un inmenso dolor, resonó en el silencio: ¡! dijo don Íñigo. Y fue un espectral, lúgubre, un largo de otro mundo. Ultimo aliento, última burbuja de aquel espíritu que se hundía para siempre en el mar de la eternidad.

Díjelas que sabía encantamientos y que era nigromante, que haría que pareciese que se hundía la casa y que se abrasaba, y otras cosas que ellas como buenas creedoras tragaron.

Y pasado el frenesí de aquellas horas, cuando el caballero, deprimido y amustiado, se hundía en su sillón patriarcal a la vera de la ventana, llamaba a Carmencita, y acariciándole lentamente los cabellos, le decía «a escucho»: Llámame padrino, como siempre, ¿sabes? También la niña respondía que .

Después siguió adelante por el promontorio, metiéndose tierra adentro. La noche había cerrado ya completamente, y Gillespie tuvo que desistir á la media hora de continuar esta marcha sin rumbo determinado. No se veía una luz ni el menor vestigio de habitación humana. Tampoco llegó á descubrir la existencia de animales bajo la maleza, en la que se hundía á veces hasta la cintura.

Cuando el sol se hundía, como una enorme elipse roja, tras las capas atmosféricas que ondulaban sobre el suelo, la tormenta, silenciosa, solemne, triunfal, descargó sus primeras gotas que, amplias y gruesas, golpeaban en los ramajes y levantaban del suelo tenues circulillos de polvo finísimo.